viernes, 28 de diciembre de 2012

Fernando Vallejo Rendón


El documental dedicado a la vida y obra del escritor antioqueño, Fernando Vallejo Rendón (1942), titulado la Desazón suprema y que fuese dirigido por Luís Ospina en el año 2003, dice en un preciso momento, parafraseando un pasaje de Entre fantasmas, libro del año 93 de este provocativo autor… “ y ahora toma aire Peñaranda, contén la respiración, ármate de paciencia, papel y lápiz y ábrete párrafo aparte que te voy a dictar un chorizo, lo que este libro al terminar ha de ser, cuando adquiera su prístino genio y figura, cuando acabe, cuando acabe. así: chocarrero, burletero, puñetero, altanero, arrogante, denigrante, desafiante, insultante, colérico, impúdico, irónico, ilógico, rítmico, cínico, lúgubre, hermético, apóstata, sacrílego, caótico, irreparable, irresponsable, implacable, indolente, insolente, impertinente… y la lista de adjetivos se alarga de forma abrumadora, continua y sigue para terminar con un lapidante deslenguado hijueputa en una variante modulada al ritmo y con la fuerza de las calles de Medellín o más bien Medallo como sardónico, Vallejo, la llama en sus obras … Sabemos rápidamente que el colombiano, hoy nacionalizado mexicano, se esta presentando a si mismo.

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http://www.elvacanudo.cl/admin/render/noticia/15649
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martes, 18 de diciembre de 2012

La poesía es una forma de resistencia


Juan Gelman ha escrito 1.300 páginas de poemas. Son las que tiene el colosal volumen de su Poesía reunida, recién publicado por Seix Barral en formato adoquín. Desde los primeros versos de Violín y otras cuestiones, de 1956, hasta El emperrado corazón amora, de 2010, todo está allí: 29 libros. Él, sin embargo, está ya en otra cosa: acaba de cerrar un nuevo poemario titulado escuetamente Hoy. “Ahora lo dejo en reposo”, dice. “Un rato. Luego lo vuelvo a leer. Hay que crear distancia”. Espera publicarlo el año que viene.

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http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/07/actualidad/1354894957_704020.html

¿Quieres ser escritor? Charles Bukowski desafía tus pretensiones literarias /


Charles Bukowski, poeta del underground, lanza esta irónica pregunta a todo aquel que, como él, busca transitar por el incierto oficio de la escritura.

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martes, 27 de noviembre de 2012

Las dictaduras casi perfectas

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Son ya más de dos décadas desde que Mario Vargas Llosa, con absoluto aplomo sentenció: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México… es una dictadura camuflada..., puede parecer no ser una dictadura, pero si uno escarba tiene todas las características de una dictadura...”; y agregó: “Tan es dictadura la mexicana, que todas las dictaduras latinoamericanas desde que yo tengo uso de razón han tratado de crear algo equivalente al PRI”. Sus críticas incluyeron también a los intelectuales, cuando aseguró: “esta dictadura ha creado una retórica de izquierda, para lo cual a lo largo de su historia reclutó muy eficientemente a los intelectuales”. “Yo no creo, dijo, que haya en América Latina ningún caso de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual sobornándolo a través de trabajos, de nombramientos, cargos públicos, sin exigirles una adulación sistemática…  

Años después, con el declive de las ideologías y consecuentemente de los partidos, algunos gobernantes latinoamericanos le dieron la vuelta a la estrategia priista. A diferencia del caso mexicano, en estas latitudes no son los partidos quienes se apropiaron del poder, sino los caudillos. Solo por formalismo para cumplir determinados requisitos tienen tras de sí un membrete alusivo a algún partido o movimiento, pero son ellos quienes de forma inapelable imponen su voluntad. En este esquema, resulta ingenuo a más de inútil criticar la falta de un partido oficialista orgánico, estructurado, ideológico, menos la inexistencia de cuadros deliberantes. En este modelo ni el mando ni las decisiones se discuten, caudillo y partido son uno solo, el caudillo es el partido, sin él este es un espejismo.

La fórmula utilizada por las neo dictaduras responde a una planificación que en el transcurso del tiempo se va resolviendo de forma sistemática. Primero se ganan las elecciones mostrando un rostro amigable, democrático, sintonizando el malestar de la gente hacia gobiernos precedentes inestables, corporativistas, corruptos. Allanado el primer escollo se emprende en una rabiosa campaña de desprestigio en contra de políticos y rezagos de partidos, atribuyéndoles la responsabilidad de todos los males que padece la República. Ya con el viento a favor, se convoca a una Asamblea Constituyente, en donde una fanatizada mayoría oficialista emprende la tarea de cambiar el marco constitucional e institucional del Estado con el mismo prolijo cuidado con que un sastre haría un traje a la medida del caudillo. El resultado, una Constitución que las huestes oficiales bautizarán como la más avanzada del mundo, que garantiza la felicidad, el buen vivir, los derechos de la naturaleza, la participación popular. Derechos que más tarde el mismo oficialismo se encargará de violar y pisotear hasta convertirlos en letra muerta.  

Logrado ese segundo objetivo y sin oposición, de a poco, mediante engañosos procedimientos de designación y falaces concursos, el caudillo irá controlando las demás funciones e instituciones del Estado. De esa forma, órganos constitucional, legislativo, electoral, judicial y de control son ocupados por funcionarios allegados al gobierno.

Pero esto es solo una parte del poder y estos gobernantes no se conforman con eso, lo quieren todo. Sueñan con levantarse cada mañana y ver enormes titulares alabando su gestión. Para eso necesitan controlar el más importante de los poderes: los medios de comunicación, enemigo que a diario amenaza con derruir el santuario que tanto les cuesta levantar. Conscientes de la paradójica fragilidad de los regímenes autoritarios y de la dudosa fidelidad de las masas, a las cuales sino se les martilla el cerebro todos los días fácilmente se olvidan de su benefactor, los caudillos saben que resulta extremadamente peligroso dejar este cabo suelto. De ahí que, en su paranoico empeño por controlar el espacio mediático cierran estaciones de tv y radio, se apropian de otras, inundan los espacios con propaganda y cadenas, persiguen a quienes mediante artículos y crónicas denuncian actos ilícitos o cuestionan la verdad oficial. Quisieran clausurarlos a todos y que la única voz que se escuche sea la de ellos, más en esto no tienen respaldo popular y tampoco se quieren enfrentar al repudio internacional, por ello, persisten en su intento por limitar la libertad de expresión a través de leyes expedidas por las legislaturas, en donde, pese al carácter dependiente de ese órgano tampoco tienen mucho éxito.    

Estos avatares, las circunstancias y la soledad, obligan a los caudillos a refugiarse en sus palacios, a rodearse de varios círculos de incondicionales a quienes entregan la dirección de ministerios, empresas y otras entidades para que los manejen como propios, como si fuese un cheque en blanco. Lo único que exigen es que ejecuten obras, no importa cómo, lo importante es que lo hagan. A cambio de ello los escogidos tendrán absoluto respaldo e inmunidad. El brazo de la ley, manejado a control remoto, ni siquiera intentará acercárseles. 

Al igual que ocurrió en México, también en estos países el poder logró captar a un buen grupo de ‘intelectuales’, llámense escritores, músicos, pintores, teatreros, investigadores sociales, a muchos de los cuales cobijó y compró su adhesión entregándoles nombramientos en distintos órganos de la administración, en misiones diplomáticas, o bien premiándolos o apoyándolos para que capten la dirección de Instituciones culturales y, de paso, nombrándolos miembros permanentes de las comisiones que viajan con gastos pagados a toda clase de congresos, ferias y encuentros dentro y fuera del país. A ellos el poder les reconoce la representación de la intelectualidad, son los consentidos, los que iluminan los conversatorios, entrevistas y foros en medios y eventos oficiales. No se les exige mayor cosa, en muchos de los casos ni siquiera pronunciamientos directos en favor del poder, solo discreción y silencio, casi nada.         

En tanto, al pueblo se lo mantiene en calma, casi adormecido con una bien planificada campaña propagandística, con la que día a día se le suministra altas dosis de un somnífero envasado en forma de spots de Tv o cuñas de radio que van directo al subconsciente. Mensajes que hablan de una revolución que avanza, de la recuperación de la soberanía, de que la patria ya es de todos, del sueño nacionalista que reemplaza al ‘american dream’, de la casi extinción del desempleo. Mensajes que enseñan rostros de padres sonrientes y niños felices en sus casitas maltrechas. Se apropian de símbolos y referentes históricos. El marco que adorna este espejismo son nuevas carreteras o misiones de asistencia que cumplen a cabalidad con el objetivo de darle credibilidad a los mensajes. Así, el pueblo cree que los desempleados y subempleados son apenas unos pocos infortunados bajo la línea de pobreza; que la justicia, secuestrada en nuevos castillos de cristal -construidos mediante dudosos procesos de contratación- es independiente, imparcial, expedita y justa; que la inseguridad, el abandono de los ancianos, la falta de medicamentos, la saturación de los hospitales, la miseria que se observa en las ciudades más pobladas y en el campo, así como las denuncias de corrupción, son invenciones de odiadores y de la prensa corrupta.

Cuando Vargas Llosa se refirió al caso mexicano, no avizoró el pronto retorno -con nuevos rostros- de los caudillos que tiempos atrás asolaron América Latina, solo que esta vez la herramienta utilizada para acceder y sostenerse en el poder no fue el tradicional golpe de estado con apoyo de las Fuerzas Armadas. Lo hicieron conquistando el voto popular, encantando a las masas con un discurso que sintonizaba viejas aspiraciones de reivindicación social y reprimido rechazo a las estructuras partidistas responsables de la inequidad, exclusión, y saqueo de los recursos públicos. Los caudillos volvieron con la decidida intención de quedarse. Para ello pusieron en marcha un proyecto al más puro estilo populista. Echando mano de prácticas propias del capitalismo, no solo mantuvieron los subsidios a ciertos bienes y servicios instituidos por gobiernos neoliberales, sino que ampliaron el universo clientelar a un gran segmento de población pauperizada echándoles el cuento que ese estipendio los sacaría de la pobreza. Los caudillos están conscientes que el modo más fácil de acabar con la miseria es desarrollando la economía, incentivando la producción, abriendo mercados y generando fuentes de empleo; pero también saben que ello acabaría con la dependencia de millones de ciudadanos que ven en ellos la reencarnación del Mesías, al gobernante bueno que lucha por atender las necesidades no satisfechas de su pueblo, al Robin Hood que quita el dinero a los ricos para repartirlo entre sus allegados y los pobres. Este esquema ha acabado con el interés ciudadano por la política, las ideologías, los programas de gobierno, al punto que a un mayoritario segmento poblacional le importa un carajo la pérdida de libertades, el debilitamiento de la democracia, las violaciones al ordenamiento jurídico, la pérdida de la institucionalidad, al fin que de eso no viven, dicen.

Estas son las nuevas dictaduras, casi perfectas sino fuera por la prensa ‘corrupta’ que, entre desorientada y cautelosa, aún persiste en su empeño por no entregarse.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Pan y Circo, el antes y el después


Hasta hace algunos años, captar el poder era un sueño que muchos idealistas de izquierda iban forjando día a día con la militancia, el estudio, a veces en alguna clandestina -eso se creía- vivienda, o bien al calor de largas y sesudas discusiones en un café o bar de medio pelo. Ahí, obreros, maestros, dirigentes estudiantiles, escritores, teatreros y músicos, creían estar sentando las bases de un futuro luminoso en el cual el Estado sería dirigido por la clase proletaria. Entre el material básico de consulta no faltaban el Manifiesto Comunista, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado; Materialismo y Empirocriticismo, Apuntes Críticos a la Economía Política, y otros. A propósito, es curioso que este material, luego de tantos años, continúe siendo estigmatizado y que algunos de sus posesionarios estén acusados de terrorismo y subversión. En todo caso, el objetivo no era otro que la construcción de un Estado sin pobres ni ricos, equitativo, en donde todos tuviesen las mismas oportunidades y la posibilidad de acceder a los bienes y servicios necesarios para disfrutar de una vida digna. Pero luego llegó el neoliberalismo, y poco a poco el consumismo fue desvaneciendo los ideales y mutando los valores éticos por antivalores que crearon el paradigma del éxito, concepto que llevado a su mínima simplificación está vinculado al reconocimiento social y la riqueza material; y hacia allá se enfilaron todos los esfuerzos, a formar individuos exitosos, con riqueza, poder y fama, algunos devenidos en políticos arribistas despojados de toda atadura moral. 
 

Hay quienes todavía recuerdan las campañas electorales que siguieron a las dictaduras de la década de los 70s del siglo pasado, así como los congresos de aquella época; Congresos que, por temor a ser acusados de defensores de la partidocracia, no pocos evitan compararlos con los de los últimos tiempos. Es verdad que la mayoría de partidos -como ocurre hasta ahora- se identificaban por su carácter caudillesco y que entonces como hoy sus representantes congresiles eran escogidos a dedo; no obstante, inclusive personajes pintorescos y chabacanos por mucho superaban a cualquiera de los y las actuales padres y madres de la patria, no solo por sus notables dotes oratorias, sino por el derroche de conocimientos expresados en ponencias que constituían verdaderas cátedras jurídicas. Personajes que, no obstante su origen, difícilmente habrían aceptado se los reduzca a meros espectadores o simples encomenderos. Dadas las condiciones de infraestructura del país y del precario estado de las comunicaciones, sin duda que aquellas campañas no solo implicaban un mayor esfuerzo físico y de logística de los candidatos, sino que demandaban un trabajo en donde la participación de las bases se movía, no necesariamente por la propaganda o los subsidios, sino por el trabajo de la dirigencia, y en ciertos casos, como ocurría con los Partidos de izquierda, por el convencimiento de la militancia.
 

Hoy, es penoso ver el grado de degradación al que ha descendido la praxis política. No se discuten ideas, menos principios, únicamente se observa una carrera desenfrenada por ocupar el sillón presidencial. Por ningún lado se escuchan propuestas, tan solo descalificaciones y ofertas populistas. Así las cosas hay quienes se preguntan: ¿tanto desgaste y sacrificio será solo por amor a la patria?  A los más viejos, experiencias anteriores los han vuelto tercamente escépticos, en tanto que los más jóvenes empiezan a dudar de tanto patriotismo. Si, como dicen, el poder entontece al más equilibrado, imagínense qué efectos producirá manejar miles de millones de dólares; dinero que durante la campaña se jura y rejura cuidar celosamente, pero apenas se accede al poder se lo malgasta con la misma generosa irresponsabilidad con que lo hace un borracho en una cantina.      
 

Ahora, más que nunca, se ha puesto de manifiesto un fenómeno que amenaza con terminar con el poquísimo prestigio de la Asamblea. Gente de farándula, futbolistas, cantantes, animadores, comentaristas deportivos, ‘talentos’ de televisión y radio, se convirtieron en las figuras más cotizadas por los partidos y movimientos políticos para incorporarlas a sus listas. Prácticamente están al arranche de estos personajes, lo que evidencia el ningún trabajo de formación política en los partidos que conduce a la crisis de cuadros. Si nos quejamos del pobre nivel de representantes que hemos tenido durante los últimos años, imaginemos lo que nos espera los próximos cuatro. La Asamblea literalmente se convertirá en un circo lleno de vivos, en donde en combo se irán con todo. Veremos ridículos combates y, de seguro, muchos golazos a la democracia, todo esto amenizado, según el gusto de los honorables, con música rokolera o chichera.  Esta debacle únicamente se puede entender a la luz de la máxima: “el fin justifica los medios”. El fin es el delirio por captar el poder, el manejo de los recursos del Estado; los medios, la utilización de cualquier arbitrio que induzca a un gran sector del electorado -sin educación cívica, menos política- a votar en favor del candidato que más circo ofrezca. Como en tiempos del imperio romano, el pueblo todavía se alimenta de pan y circo. El pan está más o menos asegurado con el ‘bono de desarrollo humano’, el circo lo pondrá la Asamblea.

 

jueves, 25 de octubre de 2012

Como le jodieron la vida al nuevo servidor público


 

Dos de las funciones más codiciadas en la administración pública son, de menos a más: una, de asesor; y otra, la de jefe-jefe, entendiéndose este último como Gerente General, Director Ejecutivo, Subsecretario, Secretario Técnico, Viceministro y, desde luego, Ministro, Superministro, o similares. ¿Por qué? Los primeros, los asesores, porque son una especie de consejeros y todos sabemos que el consejero solo aconseja, sugiere, propone, y ello no le compromete ni le hace responsable de nada. Son parte del staff de confianza del jefe, de ahí que aunque no tengan funciones definidas, gozan de cierto poder y no pocos privilegios. No necesariamente deben saber algo en específico, cualquier título los habilita para acceder al puesto. Pueden ser licenciados en reiki, tunning o teología; los relacionistas públicos y periodistas, aunque tampoco saben nada del sector público, son acogidos en esos puestos porque se supone que tienen así de contactos. En realidad lo único que deben hacer es obedecer y cumplir diligentemente cualquier disparate que se le ocurra al jefe, presentar como propios ´productos’ hechos por subalternos o sacados de internet; y, desde luego, derrochar labia para complacer al jefecito. A cambio de ello recibirán una buena remuneración y disfrutarán de prerrogativas tales como: secretaria, todos los juguetes tecnológicos de moda, carro, chofer, el privilegio de entrar y salir del despacho cuando quieran y, si se ponen pilas, algún extra.
 
Resulta casi innecesario decir por qué el otro puesto es apetecido, pero en fin, ya que insisten, rápidamente diremos que los jefes-jefes son la nobleza de la burocracia, la corte terrenal donde se define el destino de los administrados, los que saborean las mieses del poder, los que miran al Número Uno como la divinidad hecha carne. Administran los recursos del Estado y los organismos a su cargo. Pueden contratar, comprar y negociar a discreción, despedir a quien les dé la gana, ordenar que se haga esto y aquello, viajar. Disponen de guardaespaldas, de los vehículos que quieran; reciben reconocimientos y homenajes, participan de banquetes y recepciones. No hay un estereotipo determinado, pueden haber sido banqueros, boys scouts, profesores frustrados, profesionales en joda o ex deportistas, de ahí que, según su origen, unos derrochan elegancia, mientras otros encubren su concubinato con la señora fortuna aparentando sencillez.
 
Pues bien, a lo que venimos. ¿Cómo es eso que le jodieron la vida al nuevo servidor público? Partamos admitiendo que la vida de un funcionario público puede ser tan corta como la de una mariposa y tan miserable como la de un perro callejero si no cumple la regla de oro del servidor: no firmar nada que lo comprometa. Esto lo saben los jefes, por ello con frecuencia echan mano de una figura legal en apariencia inocente, santurrona, la delegación. Conocedores de las consecuencias que puede acarrearles, los funcionarios experimentados no quieren saber nada de las delegaciones, no así los nuevos, esos muchachos y muchachas que, recién estrenados en ciertos puestos de dirección, entre orgullosos e ingenuos perciben ese acto como una demostración de reconocimiento y confianza. Así las cosas y el camino allanado, el jefe-jefe, una vez negociados, delega la firma de los contratos. Si a esto se suma que la supervisión y la administración estarán también a cargo de otros giles, el jefe dormirá tranquilo sabiendo que su integridad y su economía gozan de buena salud y prosperidad. Igual sucede con las reuniones claves de comités en donde se juegan importantes intereses; inexplicable y misteriosamente el titular se enferma y en su lugar debe asistir el novel delegado que lleno de entusiasmo vota conforme se le instruyó. Estos muchachos, formados en Universidades de elite, con uno o dos posgrados, con innumerables seminarios y conferencias dictadas por los más afamados gurús, obviamente ignoran que tratándose de contrataciones amañadas, compras chimbas, préstamos indebidos, etc, la palabra delegado es sinónimo de ‘responsable’. Futura víctima que sin haber recibido ni para las colas, puede pasar de una relativa tranquila situación a un infierno, en donde la caldera la pone el jefe y la leña el órgano de control. Para los órganos de control la excusa ‘me ordenaron’, ‘me presionó’, ‘me impusieron’, ‘no sabía’, sirven –como dice un escritor colombiano- tanto como las tetas en un hombre. Los auditores quieren ver firmas, papeles, y eso el rato de los ratos no hay. Es más, en esos momentos el jefe no le recibe ni una llamada, nadie lo conoce, nadie le proporciona un papel, prohíben su ingreso a la oficina; ninguno de sus amigos, ni siquiera los de facebook, se acuerdan de él. ¿Qué posibilidad tiene de salir bien librado un pobre hombre o una pobre mujer atrapados como moscas en una telaraña jurídica de terror, tejida por un órgano de control conminado a justificar su existencia exhibiendo las más altas cifras de sujetos sancionados? R: Ninguna.
 
Mientras el infeliz ex nuevo servidor se debate en una crisis nerviosa de locos, el jefe seguirá campante hablando de eficiencia y transparencia, y si alguien se atreve a cuestionar su honorabilidad, sepa que más rápido que un rayo le caerá una demanda por varios millones. Como vemos, el jefe, al igual que los padres de la patria, goza de inmunidad, desde luego si se maneja bien, si no firma nada, si se limita a dar órdenes verbales, si delega, si no deja ‘rastros’ como dicen los auditores; en tanto que el joven servidor, que se inauguró en el servicio público lleno de entusiasmo, que aspiraba a hacer una carrera, que creyó en la ‘época de cambio’, o algo así, verá como irremediablemente le jodieron la vida.

 

jueves, 13 de septiembre de 2012

El nuevo servidor público

Uno de los cambios que trajo la “revolución” es un nuevo modelo de funcionarias y funcionarios públicos. Hoy las entidades están saturadas de jóvenes directivos 35-0, no más de 35 años y cero experiencia. Siempre atareados, no se dan abasto, con dos o más blackberrys, la inseparable laptop, iPads y tablets. Llevar a cuestas todos estos equipos se considera signo de estatus. Rozagantes, elegantemente vestidos con ropa adquirida durante sus aburridos viajes fuera del país, fácilmente se distinguen del resto de empleados. Muchos van al gimnasio, hacen pilates, acuden al spa, manicure una vez por semana. Asiduos visitantes de la zona rosa, gustan de tomar coctelitos, tequila o algún otro licor de moda.

Con ellos, se ha institucionalizado la permanencia en las oficinas más allá del horario regular. Quien trabaja ocho horas diarias es visto como vago y falto de compromiso. Permanecer dos, tres, o más horas luego de concluida la jornada contribuirá a reforzar la imagen de entrega, sumisión e incondicionalidad que exige la revolución. Aquello, al igual que decir ‘sí’ a todo cuanto se le pida, independientemente de si es ilegal o antiético, es parte de lo que se conoce como “ponerse la camiseta”.  Y claro, a los jóvenes burócratas no les fue difícil adaptarse a estas exigencias, de ahí que mientras el resto da por concluida la jornada, ellos recién inician otra reunión. Y así trascurren sus vidas, de reunión en reunión, una más insustancial que otra.  Eso sí, de cada reunión deben obtener un “producto” que pasado a power point será presentado a la máxima autoridad, donde lo más seguro es que reciban una puteada que los vuelva a la realidad y les recuerde que nadie, con excepción del jefe, es perfecto. El nirvana estos jóvenes lo alcanzan cuando la autoridad los llama por su nombre de pila, les da una palmadita en la espalda o pide colaboración para involucrarlos en algún chanchullo. 

Mención especial merece la aparición en escena de un gran número de mujeres en puestos de relevancia. ¿De dónde salieron? Se escucha que andaban por ONG's, en redes de mujeres, haciendo un posgrado, en fin… Mujeres que dotadas de cierta autoridad son el terror de las oficinas. Es impresionante observar como la sensación de poder puede transformar un apacible valle en un volcán, ¡qué digo volcán!, en un cataclismo grado 10, de consecuencias impredecibles. Con decirles que ni siquiera sus congéneres se salvan. Estas mujeres, hiperactivas, en vigilia constante, están en todo, quieren acaparar varias tareas a la vez. Su obsesión por destacar las vuelve altamente competitivas, lo que sumado a las limitaciones en el conocimiento de ‘todo’, como ellas quisieran, las torna peligrosas en extremo, más si alguien se atreve a invadir su espacio celosamente marcado, las contradicen, o evidencian sus errores.   

Pero no todo es color de rosa en estos círculos que rodean al poder. Existen ciertas cosas que de tanto en tanto los atormenta. Una de ellas es la ejecución del plan operativo anual y posterior evaluación por resultados. Es que el futuro de la autoridad y por extensión de “su equipo”, dependen de la ejecución de ese plan. En realidad es una especie de prueba para comprobar cuánta habilidad tienen los funcionarios para gastar la mayor cantidad de recursos. El desempeño en el sector público se mide por una simple ecuación (más gasto = mayor eficiencia). De ahí que los últimos meses del año la administración entra en una suerte de paranoia contratando a diestra y siniestra. La consigna es gastar, gastar y gastar hasta que el saldo presupuestario sea lo más próximo a cero. En ese frenesí en que todo es emergente, se saltan procedimientos, se tuerce la ley, se inventan proveedores, florecen los talleres de capacitación, seminarios, etc. Es la época en que los más antiguos sacan a relucir todas sus artimañas para complacer al jefe, mientras los jovencitos sienten dolores de parto rindiendo cuentas sobre el avance de los proyectos. Lo que la mayoría ignora es que la obsesión por firmar contratos responde a otra ecuación (más contratos = más ingresos).

En beneficio de estos jóvenes es necesario decir que su comportamiento obedece a un instinto natural de conservación y supervivencia. No les queda otra. En estos tiempos quien se pone legalista o no se alinea con el “proyecto” está automáticamente fuera. Su concurrencia a marchas, contra manifestaciones y concentraciones, no son sino actividades que deben cumplir como buenos soldados. No entienden palote de política, menos han leído el manifiesto del movimiento; no importa, simplemente deben estar con la “revolución” y atender las disposiciones de las oficinas de recursos humanos, convertidas en centrales de campaña y reclutamiento. Estos chicos forman parte de la imagen de “renovación” que quiere proyectar el poder, igual que la nueva Constitución, nuevas leyes, nuevas carreteras, nuevo armamento… Son el relevo a funcionarios con ciertos años de servicio que, en unos casos, bajo grotescas e infundadas acusaciones; y en otros, apelando a una mañosa ley de servicio público, son obligados a renunciar.

En resumen, junto a la sostenida campaña en contra de los partidos políticos a fin de instaurar un nuevo partido único; igual que el mañoso nuevo órgano electoral, que validará nuevas reelecciones; igual que lo sucedido con la nueva Función Judicial, dependencia donde se procesa a opositores y disidentes; igual que la nueva Policía Nacional atrapada entre la infructuosa lucha antidelincuencial y la sinuosa manipulación política, lo que se pretende a través del enorme aparato estatal es tener el control absoluto y, de paso, contar con un inmenso ejército de servidores dispuestos a defender al Gobierno,  y sus cargos.

¿Qué pasará con este ejército de jóvenes cuando acabe la aventura “revolucionaria”, que de revolucionaria tiene muy poco y sí bastante de populismo, caudillismo, clientelismo, autoritarismo, concentración de poder, uso indiscriminado de recursos, abuso e intolerancia? No lo sé, Quizá, utilizando una palabra de moda, tendrán que “reinventarse”, y si no son despedidos, adaptarse a las exigencias del siguiente nuevo dueño del país.


viernes, 25 de mayo de 2012

Los Tzántzicos


  Por Alfonso Murriagui 

El 27 de agosto de 1962, firmado por Marco Muñoz, Alfonso Murriagui, Simón Corral, Teodoro Murillo, Euler Granda y Ulises Estrella, apareció el Primer Manifiesto Tzántzico, el mismo que no fue un exabrupto sino una constatación de la realidad cultural que vivía nuestro país a comienzos de los años 60; por eso en sus primeras líneas afirma: "Como llegando a los restos de un gran naufragio, llegamos a esto. Llegamos y vimos que, por el contrario, el barco recién se estaba construyendo y que la escoria que existía se debía tan solo a una falta de conciencia de los constructores. Llegamos y empezamos a pensar las razones por las que la Poesía se había desbandado, ya en femeninas divagaciones alrededor del amor, (que terminaban en pálidos barquitos de papel) ya en pilas de palabras insustanciales para llenar un suplemento dominical, ya en 'obritas' para obtener la sonrisa y el cocktail del Presidente".



 En efecto, como afirma Agustín Cueva en su libro “Entre la Ira y la Esperanza”, "los Tzántzicos aparecieron cuando en el Ecuador se había pasado de la literatura de la miseria a la miseria de la literatura y por eso su primera reacción fue la denuncia a los literatos y a la literatura, denuncia que, por supuesto, llevaba ya implícita la severa acusación social que luego formularían de manera directa."

Esa constatación del estado en que se encontraba el país en los campos del arte y la literatura, y las condiciones sociales en que se desenvolvía, conmovió a los jóvenes e irreverentes Tzántzicos e hizo que afirmaran: Las intenciones políticas y sociales de los Tzántzicos están claramente definidas desde sus primeras actividades: rechazan los cenáculos y los salones elegantes y van a las fábricas, a las universidades y colegios, a las agrupaciones de artistas y asociaciones de empleados. Su intención es llegar masivamente a los estratos populares, tanto que utilizan, por primera vez en Quito, la radiodifusión para hacer conocer sus planteamientos: por Radio Nacional del Ecuador difunden un programa denominado “Ojo del Pozo”, en el que, dos veces por semana, leen sus textos y sus poemas. Y es más, sus inquietudes derivan hacia la discusión de los problemas sociales, pues organizan y participan en debates importantes como la Mesa Redonda, realizados en Agosto de 1962, sobre el tema “Problemática y Relación del Artista con la Sociedad”, en la que participan destacados pintores nacionales: Oswaldo Viteri, Mario Muller, Jaime Andrade, Jaime Valencia, Hugo Cifuentes, Elisa Aliz y actúa como moderador el Dr. Paul Engel; y el Debate realizado en septiembre del mismo año sobre “La Función de la Poesía y Responsabilidad del Poeta”, en la que el expositor fue Jorge Enrique Adoum y la discusión estuvo a cargo de Sergio Román, Manuel Zabala Ruiz, Ulises Estrella y Marco Muñoz. 


La presencia de los Tzántzicos, como era de esperarse, despertó la furia de la burguesía y de sus recaderos; Agustín Cueva, en el libro "Entre la Ira y la Esperanza", lo reseña en los siguientes términos: "Ahora: odiado por los derechistas; detestado por los mini y microensayistas que le aplican la cobarde y sistemática represalia del silencio; ignorado por pontífices y periodistas 'sesudos' pero aplaudido en universidades, colegios, sindicatos, etc.; el tzantzismo, tierno e insolente, es, mal que pese a sus adversarios, la verdad de nuestra cultura (y el público así lo siente: los Tzántzicos son los únicos poetas capaces de tener lleno completo en cualquier local donde se presentan). Negación de toda retórica, es, a la vez, nuestra poesía y la imposibilidad actual de una absoluta poesía: es el germen y el fracaso de nuestra ternura; la dimensión exacta, auténtica, de un momento en que el artista toma conciencia del alcance social como de las limitaciones de la palabra. Por eso, entre el acto y el grito próximo al estallido, el tzantzismo se afirma como una forma de arte ceremonial y agresiva, destinada a vencer la capa de inercia, y la barrera opresiva- depresiva que le oponen los detentadores del poder socio-político".

Efectivamente, los Tzántzicos no fueron ni diletantes ni oportunistas, su actitud respondió a una clara militancia política, adoptada, responsablemente y con absoluta convicción, ya que tenían muy claros los problemas sociales, económicos y políticos por los que atravesaba el país, América y el Mundo. En el Ecuador gobernaba una dictadura militar de coroneles, que clausuró el Café 77 y que los tenía fichados como “comunistas peligrosos”.No debemos olvidar que los años sesenta fueron los años de la eclosión revolucionaria. La Revolución Cubana acababa de liberar a la Isla de la dictadura de Fulgencio Batista y rompía con el Imperio, que trataba de controlar una revolución que había estallado a noventa millas de sus dominios y que amenazaba con extenderse por toda América. La figura del Che Guevara era nuestro ejemplo y las lecturas y discusiones sobre los problemas de esa Revolución se habían vuelto cotidianas.


Ubicados dentro de una corriente ideológica y estética de izquierda, sostuvimos la necesidad de una asimilación sustancial del marxismo, así como la imprescindible asunción de una estética coherente, para lo cual penetramos en la textura del naturalismo, del realismo socialista, del surrealismo, del dadaismo y más corrientes renovadoras. El estudio crítico de Nietzche, el existencialismo sartreano, la teoría de la enajenación de André Gorz, la experiencia de la premonición de los cambios evidenciada por Frantz Fannon en la revolución argelina, etc., también nos fueron útiles. El nuestro fue un arte militante, consciente y claro de sus cometidos. Esto marca una gran diferencia con movimientos aparentemente similares, como el Nadaísmo colombiano. Trabajamos con espíritu de cuerpo, desplegada nuestra sensibilidad y creatividad vivimos, actuamos, sentimos, produjimos, polemizamos, argumentamos, removimos y potenciamos. Pasamos de la etapa de la denuncia a la protesta y de ella a la propuesta, al esto-bello que concebíamos, en una estética probablemente no plenamente resuelta, pero nuestra. 


Los Tzántzicos fueron políticos, militantes revolucionarios, sino todos, la mayor parte de ellos; no hacen falta nombres, fechas, ni partidos. Ellos lo saben, algunos después renegaron, se convirtieron en empleados o asesores del sistema. Esa fue precisamente la causa para el rompimiento del tzantzismo: el aparecimiento de “nuevas corrientes” que impusieron su oportunismo derechizante, que, por cierto, no lo habían perdido nunca y que les ha servido para llegar a las más altas dignidades de la cultura nacional, que incluyen jugosas prebendas y prósperos negocios. Uno de los más importantes actos políticos que realizaron los Tzántzicos, fue la organización de la toma de la Casa de la Cultura, realizada en agosto de 1966, con el propósito de expulsar a las autoridades nombradas por la dictadura militar. En esta acción, que se la denominó posteriormente “revolución cultural”, se demostró su capacidad de lucha y de organización y junto a la Asociación de Escritores Jóvenes del Ecuador, la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUE), la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE) y la Federación de Trabajadores de Pichincha FTP) lograron cambiar, aunque momentáneamente, las condiciones en que se desenvolvía la institución rectora de la cultura nacional que, al poco tiempo, volvió a caer en manos del oportunismo, como se señala en el No. 9 de la Revista Pucuna, febrero de l968: “Las últimas actitudes de Benjamín Carrión y Oswaldo Guayasamín no solo han cuestionado la autonomía de la Casa de la Cultura sino que evidencia claramente el fracaso político definitivo de las viejas generaciones inspiradas en principios liberales. Junto a la posición de Asturias, embajador de un gobierno que asesina patriotas en las calles, a las vacilaciones claudicantes de Neruda, constituyen el último estertor, el derrumbamiento catastrófico de una manera de ver, pensar, sentir y actuar, el colapso de un modo de enfrentarse con la vida y la cultura”... “El intelectual no puede eludir una respuesta sobre la política nacional y mundial, tiene que hacer efectiva su actitud de integración popular, aún a costa de su tiempo, su tranquilidad, su vida. La condición de un escritor o artista tiene que evidenciarse en su capacidad de lucha contra el orden imperante”.



Alfonso Murriagui, (Quito 1929) Miembro fundador del movimiento tzántzico. Fue durante muchos años periodista y profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Durante 25 años, ha dedicado su vida a la defensa y difusión del Arte Popular. Actualmente sigue trabajando en poesía, narrativa y dramaturgia; es miembro del Comité de Redacción del Semanario Opción.

LOS TZÁNTZICOS

Movimiento cultural creado en 1962 por Marco Muñoz, Alfonso Murriagui, Simón Corral, Teodoro Murillo, Euler Granda y Ulises Estrella, posteriormente se incorporarían: Jos Ron, Agustín Cueva, Fernando Tinajero, Bolivar Echeverría, Raúl Arias, Rafael Larrea, Humberto Vinueza, Francisco Proaño Arandi, Iván Egüez, Abdón Ubidia, y Antonio Ordoñez, Álvaro Juan Félix, Luis Corral, Alejandro Moreano, Bolívar Echeverría, Leandro Katz, José Corral, y la única mujer, Sonia Romo Verdesoto


TZANTZISMO. Movimiento cultural ecuatoriano de la década de 1960 (1962-1969), considerado un verdadero parteaguas cultural del país, que giró en torno a los tzántzicos, grupo de escritores cuya producción se desarrolló principalmente en poesía y en menor medida en narrativa y teatro.

El término proviene del shuar tzántzico: “hacedor de tzantzas”, reductor de cabezas humanas. Se ha considerado que el grupo surgió como reacción a la degradación literaria y al aburguesamiento, caracterizándose por su actitud revolucionaria tanto en arte como en política, manifestándose en la publicación de revistas y en recitales, “actos” en espacios como colegios, sindicatos, barrios populares y sindicatos. Se ha valorado al movimiento por su impacto y decisiva contribución al cambio en la forma de ver el mundo en el país. Así, y aunque aún las versiones son encontradas al respecto, se reconoce que filosóficamente el grupo se nutrió especialmente del existencialismo en su vertiente sartreana y en alguna medida de Heidegger, en los intentos de superación de la metafísica, cuestionar la razón ontológica y revalorar la experiencia vital. Sin embargo, y en el contexto abierto por el triunfo a la sazón reciente de la revolución cubana, el movimiento recibió un impacto especial del Sartre de ¿Qué es la literatura? en un momento en que se manifestaba como decisiva la redefinición de las relaciones entre la sociedad y los intelectuales. Siendo un dato significativo que un sector evolucionara, en ese contexto teóricamente existencialista, hacia posiciones marxistas.



Tomado de http://www.lakbzuhela.es.tl/LOS-TZ%C1NTZICOS.htm


miércoles, 23 de mayo de 2012

El lobby, otra cara de la corrupción

“…en la práctica aquello que podría parecer un bien intencionado acercamiento para beneficiar al país, tiene un entramado de corrupción en el que se involucran en cadena funcionarios, generalmente del más alto nivel, de organismos, entidades y empresas públicas, quienes a cambio de su visto bueno o aceptación del negocio, reciben un valor fijo o determinado porcentaje en relación al precio del contrato, amén de homenajes, regalos y viajes, con lo que se perfecciona el cohecho”

 

Diccionarios, enciclopedias y publicaciones, todos coinciden acerca del significado de la palabra “lobby”, término de origen inglés que en definitiva se utiliza para determinar a personas o grupos de personas que se dedican a hacer contactos, influenciar y presionar en la toma de decisiones en el sector público.


A tal punto se ha generalizado esta práctica que países como España, Colombia y Chile, entre otros, están procesando la reforma en unos casos, y en otros, la elaboración de leyes, que regulen esta actividad a fin de contar con una herramienta más eficiente para combatir la corrupción, de forma tal que el lobby sea un trabajo público sujeto a los órganos de control y a la vigilancia social. Sin embargo, existen otros como los Estados Unidos y la mayoría de países europeos, en donde el lobby se considera legal, a menos que se compruebe que algún funcionario ha incurrido en cohecho.     


El lobbysta no tiene un perfil profesional específico, bien puede ser abogado, empleado público, alguien dedicado a los negocios, político, militar en retiro, o simplemente cualquier individuo que descubrió que la mejor forma de ganar dinero es generando necesidades, solucionando problemas o induciendo a contratar con el Estado. Un buen lobbysta es alguien que no tiene preferencias políticas, pues debe moverse en todos los gobiernos; eso sí, ha de contar con una carpeta de contactos que incluya necesariamente personas influyentes y autoridades de alto nivel. El trabajo de estos individuos se desenvuelve tanto en oficinas reservadas como en hoteles, restaurantes de lujo, o algún discreto lugar. En muchos casos requieren de un capital que les permita realizar gastos y mantenerse durante períodos relativamente largos de tiempo mientras concretan los “negocios”, cosa que es considerada como una inversión que esperan tenga luego una sustancial recompensa. 


En ciertos países latinoamericanos el lobby no tiene ningún control, por lo que cada vez es mayor el número de individuos dedicados a ello. Contrario a lo que ocurre en los Estados Unidos y Europa, en donde la presión e influencia que ejercen los lobbistas sobre congresistas y parlamentarios tiene como objetivo lograr la toma de decisiones, tratando de evitar la emisión de leyes, o que éstas no afecten los intereses de las grandes transnacionales en aspectos tales como el comercial, medioambiental, farmacéutico, automotriz, o de seguridad, acá estas personas orientan su acción de intermediación a la concreción de negocios con el Estado. Hasta hace poco el mayor número de lobbistas se vinculaba a los sectores hidrocarburífero, de defensa, seguros y telecomunicaciones. Hoy están en prácticamente todos los sectores, desde educación hasta obras públicas, salud, seguridad, energía, justicia, gobiernos autónomos, etc; así como en el Congreso y órganos de control. Otra diferencia entre el lobbista extranjero y el criollo, es que mientras los lobbistas norteamericanos y europeos -entre los que se cuentan expresidentes y exjefes de estado- reciben una remuneración anual, aquí estas personas ganan una comisión en función de los negocios que logran “cerrar”, lo que estimula las prácticas antiéticas, ilegales, e inclusive delictivas. De ahí que su acción muchas veces sea burda, pues van de Ministerio en Ministerio y de dependencia en dependencia, ofreciendo -a quien creen es el contacto clave- un “negocio” que puede incluir financiamiento externo si la entidad no cuenta con recursos, así como el suministro de bienes o la ejecución de obras, de cualquier clase, pues supuestamente tienen contactos en todas partes del mundo -desde la China, Taiwán, Rusia, o India, hasta en los países africanos- con toda clase de proveedores.


No obstante, quienes practican esta actividad, refieren que su trabajo es más o menos similar al de un vendedor o agente de negocios, que oferta determinados productos en base a las necesidades de la entidad ante la cual se hace el acercamiento. En otras palabras, para ellos, el lobbista es una especia de visionario que descubre necesidades que no han sido detectadas por la administración, y otras veces es un facilitador de recursos, de los que generalmente carece el Estado, a cambio de que la compra o la obra se la adjudique a quien el prestamista lo determine. Visto así, parecería que dicha actividad más bien es beneficiosa para el Estado. Sin embargo, el tema no es tan simple ni inocente como parece. En Latinoamérica, los lobbistas son comisionistas que reciben dicho “fee” por su intermediación o apertura de negocios, lo cual tampoco parecería ilegal, puesto que quien aparentemente asumiría el costo de dicha comisión sería la persona, natural o jurídica, nacional o extranjera, a quien se le adjudique el contrato.


Más, en la práctica aquello que podría parecer un bien intencionado acercamiento para beneficiar al país, tiene un entramado de corrupción en el que se involucran en cadena funcionarios, generalmente del más alto nivel, de organismos, entidades y empresas públicas, quienes a cambio de su visto bueno o aceptación del negocio, reciben un valor fijo o determinado porcentaje en relación al precio del contrato, amén de homenajes, regalos y viajes, con lo que se perfecciona el cohecho. Es que en la práctica estos negocios se convierten en negociados, los cuales se caracterizan por el incumplimiento de la normativa jurídica societaria, evasión de los procesos precontractuales de selección o licitación, exoneraciones tributarias, grandes sobreprecios, altísimos costos de financiamiento, costo final impredecible a causa de imprevistos e indexación de precios. A todo ello, agréguese que muchos de estos “negocios” devienen en incumplimiento de contratos y mala calidad de los bienes u obras; o lo que es peor, se erigen en grandes elefantes blancos que no prestan ningún servicio a la ciudadanía. De esta manera el lobbista que en principio parecía un inocente intermediario, se convierte en actor principal de una tramoya de corrupción que deviene en la comisión de varios delitos, entre estos, peculado. Dependiendo del monto de los contratos, la comisión o “fee” (como prefieren llamarla) que recibe el lobbista varía, así en tratándose de valores muy altos puede ser del 0,5% al 2%; en otros, dicho porcentaje incluso puede llegar al 5%.


Se conoce de algunos lobbistas que complementan su actividad realizando gestiones con la finalidad de evitar o desvanecer multas y glosas de algunos “clientes”, o influir en pronunciamientos que tienen el carácter de vinculantes en la administración, esto obviamente a cambio de un pago proporcional al beneficio que se consiga. También como una ramificación de esta labor se habla de la existencia de personas que se encargan de recopilar información y apropiarse de documentación comprometedora, para luego someter a chantaje a los involucrados y venderles la solución a sus problemas a cambio de altas sumas de dinero, emolumento que incluye su intermediación ante los órganos públicos para evitar sanciones. Negocio redondo en donde todos ganan: el investigado, el intermediario y el funcionario que se presta para tapar los entuertos. Solo hay un perdedor: la sociedad.


Lamentablemente, en su actividad ilícita, el lobbista cuenta con un seguro que generalmente funciona. Es que al haber recibido dinero o alguna otra especie por sus favores, los funcionarios públicos involucrados en actos de corrupción, no develan el nombre de los intermediarios, con lo que sus acciones gozan de impunidad y pueden continuar en su acción atentatoria al bien común. Esta práctica, tal como se la lleva, de ninguna manera puede decirse que esté amparada en las garantías constitucionales, ya que ninguna de ellas faculta el tráfico de influencias, la concusión, el cohecho, o el peculado.

   

miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes por Tomás Eloy Martínez

Texto escrito por Tomás Eloy Martínez en octubre de 2006 publicado en el Diario La Nación, que refiere varias anécdotas y la extraordinaria obra del escritor mexicano Carlos Fuentes.

http://blog.fundaciontem.org/2012/05/carlos-fuentes-por-tomas-eloy-martinez.html

"Fuentes fue el primero que se propuso imponer a la narrativa latinoamericana la conciencia de que era única, universal, libre de falsas tradiciones telúricas y de fantasmas campesinos; el primero que la salvó de su secular complejo de inferioridad y la forzó a respirar el oxígeno de todas las latitudes. A él, más que a ningún otro, se debe la idea de que el lenguaje común y la naciente fe común en América latina podían convertir al continente en el laboratorio de un mundo mejor".

lunes, 7 de mayo de 2012

El Cenagoso camino hacia el cambio

El camino hacia el cambio prometido por el correismo no es sino un cenagoso sendero, carente de sustento ideológico, que conduce a la consolidación de un proyecto totalitario

Con frecuencia funcionarios del gobierno de Rafael Correa incurren en errores a la hora de emitir pronunciamientos de carácter político. Tal el caso del Gobernador de Morona, que ingenuamente solicita por escrito al Presidente la remoción de varios funcionarios públicos de la provincia por no haber concurrido a la contramarcha convocada por el Gobierno para el 22 de marzo pasado; o la grosera reprimenda del propio Correa a la Asamblea Nacional, más concretamente a sus coidearios, llamándolos al orden para que se abstengan de realizar exhortos al Ejecutivo, o lo que es lo mismo, que se dejen de veleidades queriendo fiscalizar a quien ostenta la majestad del poder y a su intocable corte. Más allá de lo anecdótico y del pobre concepto de democracia que practican las autoridades, casos como estos dan cuenta que el país se administra con los órganos ubicados del estómago hacia abajo. La improvisación, apresuramiento y falta de criterio se han vuelto una constante en altos funcionarios acosados por el estrés, debido en gran medida a la presión y al inexorable “va porque va”, consigna que debe cumplirse a rajatabla, por inviable, inconveniente o absurda que sea. Lamentablemente la posibilidad de reconocer equivocaciones son ejercicios inadmitidos en todos los niveles de dirección gubernamentales debido a que están bloqueados los caminos a la autocrítica y la propuesta.

Esta rudimentaria forma de gobierno da cuenta que Alianza País, igual que otros movimientos que en su momento tuvieron aceptación popular, se sostiene en una estructura piramidal coronada por el Presidente, y a sus pies, fieles vasallos que torpemente tratan de interpretar los devaneos y caprichos de su líder. Para ello, no es necesario estructurar lineamientos doctrinarios-programáticos consistentes con la propaganda gubernamental que habla de una cierta revolución. Las adhesiones al movimiento están ligadas a la figura del caudillo en detrimento del sustento ideológico, lo cual, si bien coyunturalmente permite capitalizar el voto de un sector del electorado seducido por la imagen presidencial, dicha adhesión está supeditada a una temporalidad llamada Rafael Correa. Temas fundamentales vinculados a cualquier programa de inspiración socialista como la reforma agraria continúan siendo un enunciado postergado quien sabe si hasta el fin de esta aventura. Pese a los cacareos nacionalistas de recuperación de la soberanía, los principales recursos estratégicos (telecomunicaciones, hidrocarburos y minería) han sido entregados generosamente a compañías transnacionales, mientras banqueros y financistas día a día engordan sus arcas a costa de la vorágine consumista propiciada por un ilusorio auge económico atado al alto precio del petróleo y al poco claro crédito chino.

En los últimos tiempos se ha hablado de la derechización del gobierno. Quienes así opinan se olvidan que si bien Correa llegó tomado de una mano por sectores progresistas, con la otra se sostenía de emisarios de la derecha más retrógrada, los llamados “pragmáticos” o “ejecutores” que ocupan puestos claves en el gabinete. Luego que varios movimientos de izquierda se excluyeron, Correa ha tratado de llenar ese espacio con dirigentes de sectores poblacionales pauperizados, que movilizan gente durante las sabatinas o cada vez que el Presidente quiere darse un baño de popularidad. En este juego maniqueo y utilitario todos se declaran revolucionarios, desde los rezagos del socialismo oportunista en la Asamblea, hasta los áulicos cercanos al caudillo. De esa manera se mantiene la esperanza de quienes creyeron en un proceso de cambio a la vez que se disipan resquemores del empresariado y la banca. Otro signo de la acrobacia correísta es su silencio ante la nacionalización de Repsol por el Gobierno argentino y de la Transportadora de Electricidad en Bolivia, contrario al apoyo recibido por otros países del ALBA. Claro, una cosa es ser “revolucionario”, lo cual se logra inclusive cambiando el guardarropa, y otra ser socialista. Aquí encaja perfectamente aquella frase según la cual los politiqueros no tienen convicciones, sino conveniencias. Da ello da cuenta la conjunción de supuestos contrapuestos tratando de sostener al caudillo el tiempo que su popularidad lo permita, usufructuando cada cual de la parcela que le fuera asignada, administrada sin prejuicios éticos ni jurídicos, convencidos que el fin justifica los medios.

En un ejercicio acorde a su naturaleza política hemos visto a la dirigencia de AP empeñada en demostrar la fuerza movilizadora de la organización utilizando la tarima y las marchas como ensayo para su próxima campaña electoral. Sin embargo, como dice Correa, no hay que engañarse, en una sociedad afecta al clientelismo las movilizaciones indiscriminadas más que certezas generan dudas sobre el apoyo y las reales motivaciones de los convocados. Exceptuando algunos segmentos de seguidores fanatizados (los tonton macoutes criollos) y de quienes concurren esperanzados en determinados ofrecimientos, buena parte de funcionarios públicos y muchos de los movilizados por autoridades y dirigentes barriales, por más que agiten banderas, levanten pancartas o reciten consignas, no entran en esa categoría de absoluta incondicionalidad que requiere Alianza País. Están ahí simplemente por conveniencia o porque “los llevaron”, y bien sabemos que movilizar masas no es nada difícil si se dispone de recursos, más cuando se está en el poder; por tanto, esa misma gente que hoy se moviliza por AP, mañana lo hará por otro movimiento político, porque para eso están, porque no tienen compromiso ni identidad ideológica.

Sin embargo, todavía quedan algunos adherentes al proyecto inicial de Alianza País esperando que la propaganda y la retórica (orientadas a introducir en la población consignas y destacar acciones vinculadas a planes de inversión, que miden el éxito por la cantidad de obras ejecutadas, reduciendo lo político a lo funcional) den paso a procesos más complejos direccionados a profundizar el cambio estructural y el modelo político de gestión. Esta misma gente, seguramente siente vergüenza que el gobierno para lograr mayoría en la Asamblea establezca acuerdos que traspasan los linderos de la ética, pactando con politiqueros igualmente inescrupulosos que entregan su voto a cambio de prebendas, práctica atribuida a la partidocracia y aparentemente repudiada por el propio Correa. No obstante, la gran mayoría de representantes de ese movimiento, caracterizados por su mediocridad y sometimiento, guardan conveniente silencio y se allanan a las maniobras del número uno en procura de ser tomados en cuenta para las próximas elecciones. Esta política mimetista relativiza los principios en favor del inmediatismo, por lo que terminan pareciéndose a aquello que decían combatir.

Como vemos, el supuesto proceso revolucionario es un cuento chino. En lo político Correa y su corte replican el mismo modelo populista vivido durante décadas, con la única diferencia que al contar con abundantes recursos provenientes del alto precio del petróleo se ha intensificado el asistencialismo. Otro elemento del modelo correísta que desmiente la supuesta revolución es que no existe una efectiva participación popular en la gestión de gobierno. En lo laboral los trabajadores públicos han experimentado una agresiva política de despidos apelando a las más variadas justificaciones, desde infames acusaciones de corrupción, hasta supuestas reingenierías administrativas. En el fondo no es otra cosa que una perversa maniobra para desvincular funcionarios con ciertos años de servicio y reclutar jóvenes agradecidos al servicio del correismo. En lo económico, si bien se han destinado importantes recursos a la inversión social (vialidad, salud, educación) se ha descuidado el aparato productivo, base del sustento económico. El gasto público que se alimenta del ingreso petrolero y préstamos chinos devela la visión inmediatista de un gobierno dispuesto a disipar hasta el último centavo sin considerar previsión alguna ante posibles crisis o sucesos imprevistos. Desviaciones y contradicciones entre los enunciados supuestamente revolucionarios y una política que concentra sus esfuerzos de crecimiento sustentado en el extractivismo como solución a todos los males de la sociedad sin considerar los costos sociales y ambientales, tales como la afectación a las comunidades, la depredación de los recursos naturales y la contaminación, a la vez que facilita las condiciones para que bancos y capitales financieros sigan creciendo a costa del bienestar ciudadano, con lo cual, la brecha entre ricos y pobres, así como la concentración del dinero en pocas manos es cada vez mayor. ¿Esto es socialismo?

El camino hacia el cambio prometido por el correismo no es sino un cenagoso sendero, carente de sustento ideológico, que conduce a la consolidación de un proyecto totalitario, que se ufana de un triunfalismo electoral que más que mérito propio es consecuencia de la inmovilidad, dispersión, incapacidad para lograr consensos y falta de liderazgo de la oposición.