domingo, 22 de diciembre de 2013

El sermón del anticristo de Fernando Vallejo


 
 
¡Qué miedo le voy a tener yo al infierno! Miedo le tengo a un agujero negro que me trague. Dios como explicación del origen del universo es la vuelta del bobo...
 
 
 
 
 
Con este título resumieron en la Feria del Libro de Guadalajara el “Encuentro con los mil jóvenes” que tuvo el escritor colombiano radicado en México, Fernando Vallejo, quien presentó los libros 'Peroratas' y 'Casablanca la bella' (Sello editorial Alfaguara). Este es el texto del comienzo de su polémica intervención, del 4 de diciembre de 2013:
 
Dios no existe, muchachos, ése es un cuento de clérigos desvergonzados inventado para sus fines abusando de la credulidad del rebaño: de curas católicos, pastores protestantes, popes ortodoxos, rabinos judíos, ayatolas musulmanes...
 
Por Dios entendemos fundamentalmente dos cosas: el creador del universo y el Ser de la Suprema Bondad. ¿Y quién dijo que al universo lo tenían qué crear? Para empezar, ni siquiera sabemos qué es el universo. Estrellas de protones, materia oscura, agujeros negros... De eso nos hablan últimamente los astrofísicos, que tienen el telescopio Hubble y que cada vez que abren la boca nos aterrorizan. ¡Qué miedo le voy a tener yo al infierno! Miedo le tengo a un agujero negro que me trague. Dios como explicación del origen del universo es la vuelta del bobo, una explicación que no explica nada, pues ¿cómo nos explicamos que Él no haya tenido origen? Si Dios no tuvo origen, entonces la premisa “todo tiene que tener un origen” es falsa, y sobre una premisa falsa no se puede construir un silogismo verdadero. A mí me cuesta menos trabajo aceptar que el universo está ahí desde siempre, que aceptar el que esté desde siempre sea Dios, por la simple razón de que a Dios nunca lo he visto mientras al universo sí, y si no todo por lo menos una partecita: esta sala en que estamos, por ejemplo.

Consideremos ahora a Dios como el Ser de la Suprema Bondad. ¿Uno que nos manda los terremotos, los maremotos, las hambrunas, la enfermedad, la vejez, la muerte? ¡Qué tal que no fuera bueno, cómo nos iría!
 
Y su hijo Cristo, ¿era bueno, o era malo? “Por sus frutos los conoceréis”, dice él en los Evangelios. Pues por los suyos lo voy a conocer, midiéndolo con su propio rasero. En los Evangelios hay un episodio en que se encuentra con un endemoniado de Gadara o de Gerasa, dos de las diez ciudades de lengua griega de la Decápolis, que estaban situadas en las inmediaciones del mar de Galilea. ¿Y qué hace? Le saca al endemoniado los demonios que tiene adentro y se los pasa a una piara de cerdos, que enloquecidos corren a ahogarse al mar. ¿Y por qué no esfumó los demonios en el aire en vez de pasárselos a unos pobres e inocentes animales que ningún mal le habían hecho y que eran obra de su papá, el Padre Eterno? ¿Y les pagó acaso a los porqueros el daño que les hizo al dejarlos sin sus animales? ¡Ni un denario! Llegaba, hacía el mal y se iba. Era un loco rabioso. A los mercaderes del templo los expulsó a latigazos porque estaban vendiendo ahí sus mercancías. ¿Y si no quería que se ganaran la vida vendiendo, por qué no le pidió a su papá, el Padre Eterno, que los hiciera ricos? Y a Herodes Antipas, el tetrarca, le mandaba decir con los fariseos: “Id y decidle a ese zorro que yo curo enfermos y expulso demonios”. Y a los fariseos los llamaba “serpientes, raza de víboras”. ¡El Hijo de Dios insultando con nombres de animales como cualquier Lenin o Fidel Castro! Y decía también el exorcista rabioso: “No les echéis las cosas santas a los perros ni vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y revolviéndose os despedacen”. ¿Cuándo han visto ustedes a un cerdo despedazando a un ser humano? A los que sí he visto yo es a los seres humanos acuchillando a un cerdo: en mi niñez, en mi lejana Colombia, el 24 de diciembre, día de la navidad, para celebrar esos hijueputas colombianos con su ritual monstruoso la venida a este mundo del Niño Dios. Todavía me resuenan en el alma los aullidos de dolor y de terror del pobre animal. Me los borrará de la memoria la muerte. Sí les voy a echar las perlas a los cerdos, y al primer perro callejero que me encuentre le voy a dar un copón lleno de hostias para que calme el hambre. Pero sin consagrar, ¿eh?, no se me vaya a envenenar el animalito. Y decía también el loquito de Galilea: “No está bien tomar el pan de los hijos y dárselo a los perros”. Como yo no tengo hijos... En eso sí soy como él, que no se reprodujo.
 
¿Y este engendro de la maldad que les pasa los demonios a unos pobres cerdos para que se vayan a ahogar al mar, que insulta con nombres de animales y que se deja llevar por la ira es el paradigma de lo humano, el modelo que tenemos que seguir, el inventor de la moral? Con razón siguen existiendo hoy los mataderos y la industria porcina y la industria avícola y la vivisección y la experimentación con los animales. ¡Claro, como la religión nos lo permite! Nos permite esclavizarlos y torturarlos y vejarlos y matarlos y comérnoslos sin que salga de las puercas bocas de sus puercos clérigos ni una sola palabra de reproche. Religión no puede ser sinónimo de bondad: es sinónimo de infamia. La religión nos pone desde que nacemos una venda en los ojos que nos impide ver a los animales como nuestros hermanos y nuestro prójimo. Y cuando digo “animales” me refiero a los que tienen un sistema nervioso complejo por el que sienten el hambre, la sed, el dolor, el miedo, como nosotros, y muy en especial a los que el hombre domesticó, como los perros y los cerdos. Esa venda que me puso a mí la Iglesia desde que nací, y que les puso a ustedes, es la venda moral. Yo ya me la quité. Vengo a pedirles a ustedes que se la quiten.
 
¿Qué los cerdos son sucios y viven en chiqueros? ¡Claro, porque ahí los encierran! Enciérrenme en la Capilla Sixtina a los 110 cardenales que con la inspiración del Espíritu Santo acaban de elegir papa al argentino Bergoglio, y me les cierran las puertas de los inodoros para que no puedan usarlos a ver en qué la dejan. En el chiquero más asqueroso del planeta Tierra, que no lo limpia ni con sus lenguas de fuego el Espíritu Santo.
 
¿Y para qué está esta entelequia alada, a ver? ¿Para iluminar a los purpurados? ¿Entonces por qué se necesitan varias votaciones para elegir a un papa, que se prologan por días, semanas, meses y hasta años, como el cónclave de 1294 que estuvo trabado dos años y tres meses porque los doce cardenales electores no se lograban poner de acuerdo, divididos como estaban en dos bandos por intereses mundanos y lealtades familiares: seis con la famila de los Orsini y seis con la de los Colona. ¿Y el Espíritu Santo qué hacía en tanto? ¿Se fue de vacaciones, o qué? Si el Espíritu Santo es el que ilumina a los cardenales, entonces éstos deberían elegir al nuevo papa por unanimidad y sin necesidad siquiera de votaciones: se levantan todos a una y a mano alzada aclaman al que les sople en los oídos el Paráclito.
 
Y de los 266 papas que enumera el Anuario Pontificio contando al de ahora, diez reinaron menos de 33 días, que es lo que alcanzó a reinar nuestro reciente Albino Luciani o Juan Pablo I, quien se fue al Más Allá en sus pañales pontificios tras un ataque al corazón: con un hipotensor se lo pararon. Pero el que tiene el récord de papa breve es Giambattista Castagna o Urbano VII, que no alcanzó a llegar a la coronación: saliendo del cónclave enfermó y a los doce días lo llamó el Altísimo a rendir cuentas. Cuentas por la fotunita que amasó como Inquisidor General del Santo Oficio quedándose con los bienes de sus víctimas. ¿No se les hace un despropósito elegir un papa para doce días? ¿No será que a la paloma del Espíritu Santo se le enloqueció la brújula? La nave de la Iglesia va al garete. Le voy a abrir su buen boquete para que se hunda.
 
¿Y por qué tiene que tener Dios un Hijo, a ver? Yavé, el Dios judío, no lo tiene. Y Alá, el Dios mahometano, tampoco. Por eso el judaísmo y el mahometismo son religiones monoteístas, palabra que significa que tienen un solo Dios. El cristianismo dice que él también, pero tiene tres: la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres en uno como el detergente. El cristianismo es un triteísmo monoestúpido.
 
Y Cristo, ¿existió, o no existió? ¿Cuál de todos, si yo sé de diecisiete? Aquí les van: el Cristo de los ebionitas, el Cristo de los elkesaítas, el Cristo de los ofitas, el Cristo de los adopcionistas, el Cristo de los docetistas, el Cristo de los gnósticos, el Cristo de los judaizantes, el Cristo de los simonianos, el Cristo de los valentinianos, el Cristo de los harpocracianos, el Cristo de Basílides, el de Cristo de Cerinto, el Cristo de Carpócrtates, el Cristo de Marción. Y los tres Cristos de la secta que se llamó entonces “católica”, que en griego significa universal, nombre que ha guardado para designarse a sí misma hasta hoy la Iglesia de Roma: el Cristo de los evangelios sinópticos de Marcos, Mateo y Lucas; el Cristo del evangelio de Juan; y el Cristo el de las epístolas de Pablo. Diecisiete. Éstos eran los que había en el año 180 cuando el filósofo pagano Celso escribió su libro contra el cristianismo “La palabra verdadera”, Aletes Logos en griego. El libro lo destruyó la secta católica no bien se tomó el poder, pero de él han quedado los pasajes que citó el padre de la Iglesia Orígenes en su pretendida refutación de Celso escrita 70 años después. De lo que cita Orígenes voy recordar dos cosas: una, que en el año 180 el cristianismo no era homogéneo sino que lo constituían un montón de sectas peleadas las unas con las otras, como hoy siguen peleados en Irlanda del Norte los católicos con los protestantes, en una guerra a muerte que se arrastra desde hace siglos. Y dos, que el cristianismo no era sino una mitología más, sin originalidad, copiada de las de Grecia y el Oriente. Y así es. En el siglo II, o sea después del año 100, el cristianismo era un conjunto heterogéneo de sectas teosóficas y ascéticas surgidas de los cultos y hechicerías del mundo antiguo, y cada una con su Cristo. ¿Y antes del año 100? Antes del año 100 no hay Cristos ni cristianismo. Ni hoy hay quién pueda probar que los hubo. Lo que entendemos hoy por Cristo o por Jesús es un engendro del siglo II fraguado por Roma, centro del imperio y del mundo helenizado, juntando rasgos de los muchos dioses y redentores del género humano que circulaban entonces en la cuenca del Mediterráneo: Atis de Frigia, Dionisos de Grecia, Osiris y Horus de Egipto, Zoroastro y Mitra de Persia, Krishna de la India, Buda de Nepal... Pero Cristo encarnado nunca hubo, no hay ningún Jesús histórico, ésta es la patraña más descarada que yo conozca, y conozco muchas: de la política, de la literatura, de la ciencia...
 
En el año 310 una de las sectas cristianas, la católica, se montó al carro del triunfo del emperador Constantino, un genocida, y se convirtió en la religión del Imperio. En poco tiempo exterminó a las otras sectas cristianas y a todos los cultos o misterios que venían del pasado, quedando sola e imponiendo de paso, como si de uno solo se tratara, a sus tres Cristos. La novedad del Cristo triple de la secta triunfante es que ésta pretendía que era histórico: que había nacido bajo el reinado del emperador Augusto y predicado y muerto en la cruz en el reinado del emperador Tiberio. Y para darle un toque de verdad a la mentira, los evangelistas –san Marcos, san Mateo, san Lucas y san Juan– citaban unos cuantos personajes históricos tomados de las Antigüedades judías del historiador Flavio Josefo: los sumos sacerdotes Anás y Caifás, por ejemplo; Herodes Antipas y su hermano Arquelao; el procurador romano Poncio Pilatos... Pero el libro de Flavio Josefo, que fue escrito hacia el año 90, menciona cientos de nombres. De la historia de Judea en el siglo I los evangelistas sólo saben lo que tomaron de ese historiador judío que escribió en griego, y de su geografía nada, no la conocen, la tienen toda equivocada porque no eran de ahí. Es que san Marcos no existió, ni san Mateo, ni san Lucas, ni san Juan, y los Evangelios atribuidos a ellos los escribieron muchos, muchos autores anónimos, no sabemos cuántos ni dónde ni cuándo exactamente, como pasa, por lo demás, con los restantes textos del Nuevo Testamento y todos los del Antiguo. La Biblia entera es apócrifa. Así que vamos quitándoles lo de santo a esos cuatro inexistentes varones, inventados como Cristo y su madre María y su padre putativo José por el Espíritu de la Mentira. Que dizque el Espíritu Santo descendió sobre María y la cubrió con su sombra... Las sombras no preñan: oscurecen.
 
Y ya metidos en gastos vamos suprimiendo el santoral, esa caterva de reprimidos sexuales y de asesinos como san Carlos Borromeo, que quemó vivos a ocho en Val Mesolina; o como san Roberto Belarmino, que mandó a la hoguera a Giordano Bruno y por poco no quema también a Galileo; o como San Pío V (Antonio Ghislieri, su nombre de soltero antes de ser esposa del Señor), gran perseguidor de los judíos. Con el título cardenalicio de San Roberto Belarmino, Karol Wojtyla, el papa polaco, hizo cardenal al actual, a Jorge Mario Bergoglio. Ahora éste canoniza a Wojtyla para pagarle el favor. Nunca le recen, muchachos, a san Juan Pablito II porque pierden el tiempo: está en los infiernos. Y santo que está en los infiernos no es santo: es un condenado.

*Si quiere ver el video de esta charla, búsquelo en You Tube bajo el título de "Fernando Vallejo el sermón del Anticristo".

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Los jóvenes y la revolución ciudadana


Tiempo atrás, alguien preguntaba por qué los primeros mandatarios cada vez que hablan sublimizan el tema de los jóvenes. Alusión que se ha manifestado de manera más evidente en los últimos meses. Les ofrecen de todo, desde capacitación, trabajo, el manejo de las empresas estatales, hasta la dirección de los órganos del estado. Esto contrasta con la situación de los viejos (para muchas autoridades los mayores de 40 años) quienes desde la visión del régimen son inservibles y, desde luego, responsables de todas las desgracias que aquejan a la banana republic. La reiterativa, insistente hasta el cansancio, alusión de los mandatarios a una supuesta revolución en la que los y las jóvenes tendrían un rol fundamental llama la atención a más de uno.  

Sabiendo la forma utilitaria cómo funciona la denominada RC había que descartar de plano motivaciones altruistas o afectivas. Así que no quedaba sino que recurrir al informe  publicado sobre el último censo de población y vivienda. Resulta que según dicha encuesta, en el 2010 el promedio de edad de la población era de 28.4 años; de éstos, casi el 50% se encuentra entre 15 y 40 años. Recordemos que la edad para ejercer el sufragio corre a partir de los 16 años. Los llamados mayores adultos -para quienes la opción del voto es facultativa- no llegan al 23%. Si a esto añadimos que el gobierno se ha convertido en el mayor empleador y que de hecho cada familia tiene al menos uno o dos miembros trabajando en el sector público, entonces la respuesta a la pregunta inicial está resuelta.

Al gobierno le interesan los votos, gente que respalde su gestión, que tras una reflexión elemental agradezca ser beneficiada por alguna de las políticas estatales o porque su principal fuente de ingresos proviene del presupuesto del estado. Por ello, resulta estratégicamente conveniente que en cada sabatina y en cada cadena mediática, el titular o su reemplazante lancen flores a los jóvenes, que exijan a los adultos ceder el paso, que invoquen el recambio generacional. No olvidemos que este gobierno inventó la “renuncia obligatoria”, un vericueto legal que obliga a los funcionarios públicos a renunciar “voluntariamente”, sin que quieran hacerlo. De esa manera se aseguran un ejército de boys scouts agradecidos, pasivos, que no cuestionan, dispuestos a cumplir fielmente las consignas del comandante y su pragmático lugarteniente.

Esta estrategia no es nueva, hace algunas décadas la ensayó con buenos resultados el Presidente Mao durante la revolución cultural china, con la diferencia que en China se respeta a los viejos mientras acá se los considera desechos. A lo dicho hay que añadir que a los jóvenes poco o nada interesa la política, más cuando el régimen se ha encargado de desprestigiarla y estigmatizar a partidos y dirigentes como ejemplo de inoperancia y corrupción.

Como vemos, la gestión pro jóvenes y anti viejos tiene únicamente fines politiqueros, vulgares y pedestres intereses electoreros, clientelares. El Jefe y su círculo cercano apuestan que estos jóvenes se constituyan en los guardianes de “su” proyecto, en la fuerza que con su voto resista cualquier intento de los opositores por el cambio en la dirección del estado. Ayer nomás el Jefe volvió a invocar el apoyo de quienes espera tener como principales aliados en las próximas elecciones: “… la juventud hará el "milagro guayaquileño", como ya estamos haciendo el "milagro ecuatoriano". Con juventud… venceremos a los políticos del siglo pasado, causantes de la tragedia nacional”, decía.

Habrá que esperar a febrero para ver si los jóvenes pescan la carnada. Hasta ahora las ofertas concretas en pro de ellos van por la entrega de becas para estudios superiores, y para el 2017 -según palabras del Vice- el enrolamiento de 2000 ingenieros en la Refinería del Pacifico,  cantidad ciertamente insignificante frente a los miles y miles que esperan una oportunidad de trabajo.

viernes, 23 de agosto de 2013

JOSÉ Y PILAR (Un encuentro con el mundo íntimo de José Saramago y Pilar del Río)

"A Pilar, que todavía no había nacido y tanto tardó en llegar"

Este documental de más de dos horas de duración realizado por Miguel Gonçalves Mendes, es un recorrido por las vidas de José Saramago y Pilar del Río, con quienes Gonçalves compartió dos años en Lanzarote, Lisboa y otros lugares del mundo. Este gran trabajo permite conocer la grandeza del Nobel, reflejada en su pensamiento sobre la política, la religión, el amor, la literatura, la muerte... a la vez que compartir sus recorridos, sus momentos de felicidad tanto como de agotamiento, así como el esfuerzo de Saramago por concluir "El viaje del elefante" que seria una de sus últimas novelas, y por último, el quebranto de su precaria salud afectada por los años, lo cual no le impidió, sin embargo, expresar el inmenso amor y gratitud que sentía por su compañera, a quien, cual una promesa, al final le dice: "Pilar, nos encontramos en otro sitio"  

 


Ver documental:    http://cinefox.tv/ver2492/jose-y-pilar_pelicula-completa.HTML


Algunas citas de Saramago tomadas del documental:

"Como comunidad, la especie humana es un desastre"

"La historia del hombre es la historia de sus desencuentros con Dios, ni él nos entiende, ni nosotros lo entendemos a él"

"¿Qué es eso del pecado? ¿Quién ha inventado el pecado? A partir del momento que se inventa el pecado, el  inventor pasa a disponer de un instrumento de dominio sobre otro. Fue lo que hizo la Iglesia"

"¿Dios, dónde está? Antiguamente se decía: "está en los cielos", pero el cielo no existe, no hay cielo"

"me gustaría morir lúcido, con los ojos abiertos"

"Me cansé de sonreír, del esfuerzo de parecer inteligente"

"Yo tengo ideas para una novela, y ella (Pilar), tiene ideas para la vida, no sé que es más importante"

"Dios no necesita al hombre para nada, excepto para ser Dios. Cada hombre que muere es una muerte de Dios. Y cuando el último hombre muera, Dios no resucitará"

"Si toda la gente buena, si toda la gente amante de la belleza, si toda la gente amante de lo justo y de lo honesto, pudiera reunir esfuerzos y oponerse contra la barbarie del mundo...el mundo quizá pudiera tener un futuro"

"Todo lo bueno en mi vida vino a ocurrirme tarde"

"Tienen que comprender una cosa, yo no debería ser escritor, yo no he nacido para ser escritor. Entonces, yo cumplo mi destino como escritor en el período final de mi vida, lo que significa que he tenido mucha suerte, porque si hubiera muerto antes... pues nada"

"Me preguntaron en Lisboa: "Y ahora que lo tiene todo usted, el premio Nobel, la gloria, la fama, y esto y aquello, ¿qué cree que le falta todavía?" Yo respondí: "Tiempo, vida. Tiempo y vida para continuar".

"Pilar, nos encontramos en otro sitio"







 

domingo, 4 de agosto de 2013

Julio Cortázar, Instrucciones para escribir

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Clases de Literatura, Berkeley 1980

A fines de 1980, el Cronopio Mayor dicta 8 clases de literatura en la Universidad de Berkeley, California, a un auditorio lleno de estudiantes, con quienes Cortázar comparte la génesis de sus cuentos fantásticos.

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de, desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.


Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.


[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.


La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.
 

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

domingo, 30 de junio de 2013

La Ley de Comunicación

Luego que la Ley de Comunicación ha sido oficialmente consagrada, se siguen incorporando nuevos padrinos. Todos los días, desde que amanece hasta que anochece, por todos los medios, se escuchan "voces" de artistas, gente de radio, tv, y de algunos aspirantes a periodistas, que se congratulan, unos, porque sus canciones pronto serán escuchadas y sus producciones vistas –obligatoriamente- por todos; otros, porque “por fin se democratizará la información”. Lo curioso es que muchos de los artistas y comentaristas que aparecen en las propagandas se dieron a conocer gracias a las producciones y la difusión de los "medios corruptos"; más resulta que han estado invisibilizados, y de paso, explotados. Lo que no les dijo quien los contactó, es que el éxito, con ley o sin ella, no se consigue por decreto ni a través de producciones baratas (en calidad) y, en el caso de audiovisuales, recurriendo al chiste burdo, sexista, o racista.

La avalancha propagandística que estoicamente viene soportando la ciudadanía, con música sacra de fondo y tomas del jolgorio montado por el gobierno, trata de posesionar en la mente de la gente lo buena e inofensiva que es la ley, y que gracias a la “revolución” se ha rescatado la libertad de opinión, la cual, según se dice, "ha estado secuestrada por los medios mercantilistas". Cosa curiosa, pues fueron estos mismos medios y sus presentadores “estrellas” los que impulsaron la candidatura de quien actualmente detenta el poder. Esto sin contar que desde hace cinco años han estado al servicio del gobierno una veintena de medios incautados, entre estaciones de televisión, radioemisoras y periódicos, la mayoría de alcance nacional, y que durante los últimos siete años, ya utilizando las tarimas o mediante permanentes cadenas nacionales de radio y tv, quien ha tenido mayor exposición mediática para hacer campaña electoral, atacar o adjetivar a sus detractores, promocionando la obra gubernamental, es quien hoy se proclama el Simón Bolívar de la libertad de expresión.

La nueva ley es algo así como una bonita camisa de fuerza. Dice, por ejemplo, que los medios están obligados a publicar todo aquello que sea de “relevancia pública”. Qué puede ser más relevante y de interés público que cualquier cosa que haga o diga el supremo jefe, o que salga del ministerio de propaganda. Gracias a ello, ahora sí, estaremos enterados de las cosas más insignificantes, revestidas de trascendencia gracias a una solemne voz en off, titulares grandilocuentes, o imágenes rebuscadas. En resumen, ya no tendremos una sabatina semanal, sino una cadena continua durante toda la semana. La novel ley, también incorpora una figura jurídica que parece el título de un cuento de terror, el “linchamiento mediático”, frase que en buen romance significa que está prohibido a los medios publicar sobre hechos escabrosos –como escándalos de corrupción y otros actos penados por la ley- mientras la justicia no se haya pronunciado.

Luego de experiencias pasadas, esto parece un buen intento para curarse en salud. De haber estado vigente esta norma tiempo atrás, no se habrían podido descubrir los millonarios contratos otorgados por la administración a un influyente personaje, la falsificación de título de un poderoso funcionario, la adquisición de radares inservibles, ambulancias con sobreprecio, o que se denuncien millonarios negociados a través de la reventa de crudo entregado a un país extranjero. Otra cosa que no se sabe cómo va a operar es la denominada “responsabilidad ulterior” que hace corresponsable al medio por las expresiones que en él se emitan. Que alguien explique cómo el medio podrá evitar opiniones expresadas en vivo por un entrevistado. ¿O la intención será que se supriman las entrevistas y programas de opinión, y que esos espacios se dediquen a hablar de fútbol o de farándula, o lo que es peor, que los medios cierren sus puertas?

Uno de los argumentos en que se sustentó la propuesta de ley, fue que los medios venden basura. Lo que no se dice es que son precisamente los medios incautados -en manos del gobierno- los principales productores y transmisores de programas basura. Y es precisamente gracias a estos programas, que cantantes y “talentos” de tv -que animan programas futboleros, de farándula, o de sensacionalismo amarillista- de la noche a la mañana se convirtieron en íconos defensores de la ley. La mala noticia para la casi totalidad de ellos es que pasada la campaña de promoción y posicionamiento de la ley, ya no se los necesitará. Para el gobierno no es suficiente la incondicionalidad, más importante es la funcionalidad; es decir, que la credibilidad e influencia que se tenga en el público sean rentables. En estos tiempos de revolución, no solo los adultos son desechables; también lo son todos quienes dejan de ser utilitarios, los que no cumplieron con las expectativas que se tenía, o no entendieron bien aquello de “ponerse la camiseta”.  

Coherente con su vocación controladora, al gobiernismo se le ocurrió la brillante idea de crear órganos supervisores-juzgadores conformados por representantes de entidades subordinadas, y un superintendente nombrado por el supremo jefe. Así, el gobierno se convierte en inspector, alguacil, y juzgador. Él calificará si los medios cumplen o no con la ley, y él mismo los sancionará. De esa manera los medios que no estén alineados con el oficialismo quedarán en la más solitaria indefensión, pues hasta el Defensor del Pueblo se convirtió en abogado de los organismos estatales.

Siendo justos, hay que reconocer que la maquinaria propagandística del gobierno ha demostrado ser efectiva. La estrategia de doblegar sistemáticamente a los potenciales y supuestos enemigos que fue construyendo el régimen se ha cumplido eficientemente. Uno por uno, bajo la tesis de que la legitimidad solo se la adquiere en las urnas, todos han sido descalificados, estigmatizados y asediados judicialmente. Salvo alguna que otra escaramuza, el único sector bien librado ha sido el financiero, principal beneficiario de las políticas gubernamentales.

Ciertamente la prensa privada no ha sido un dechado de virtudes, ejemplo de democratización de la palabra, o de independencia. Salvo ciertas excepciones, sus espacios han servido a intereses particulares, grupos de poder, o determinados sectores políticos. En más de una ocasión, se han prestado para enervar el endeble prestigio de algunos gobiernos o para impulsar campañas orientadas a acabar, sin mayores elementos de juicio, con la honra de ciertos funcionarios, y aún de particulares. Sin embargo, nada justifica la clara intención del oficialismo de acabar con los reducidos espacios de expresión que le quedan a la debilitada oposición, silenciarla con procedimientos retardatarios, obligar a que se autocensuren, e imponer a rajatabla su sola verdad. Si en la práctica no existen mecanismos de control efectivo de la corrupción; si hasta los contratos de préstamo con la banca china, principal acreedora del país, se los maneja con el carácter de reservados, ¿qué se puede espera a futuro, si se cierran todas las puertas al periodismo investigativo, que es lo que en realidad parece molestar al régimen?   

Es imposible no recordar que, a su tiempo, estalinismo y fascismo (aparentemente enemigos irreconciliables) utilizaron como principal recurso para consolidar su poder el control de la información y la utilización de la propaganda. Recursos que sirvieron para desprestigiar a sus opositores y sembrar el odio, al tiempo que se sobredimensionaba las ejecutorias gubernamentales y se sublimizaba a sus líderes. Utilizando la propaganda, se hizo creer al pueblo en un futuro promisorio. También se inventaron enemigos para justificar la purga. “Enemigos del pueblo” se llamó a la disidencia en el caso del estalinismo, mientras que el fascismo arremetió en contra de comunista y judíos, los que de a poco fueron sometidos y exterminados, esto, con la complacencia de masas alienadas que impasibles convalidaban esos actos de barbarie.  

El entusiasmo con que algunos han acogido la ley, hace ver lo manipulables que son las masas. Masas que con reprimida satisfacción ven como los enemigos que creó el gobierno reciben su merecido, perdiendo de vista a los verdaderos responsables de la exclusión e inequidad que los afecta.

martes, 4 de junio de 2013

Nietzsche enamorado

 

"El encuentro entre Friedrich Nietzsche y la “encantadora joven rusa”, Lou Andreas-Salomé, se produjo en un lugar insólito: el Vaticano. Era 1882... Completamente impresionado por la chica, que le mira entusiasmada, Nietzsche “se dirige a Lou, le tiende la mano y le dice, mientras dibuja con su cuerpo una profunda inclinación: ‘¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí?"
 
                                              Lou Andreas-Salomé, Paul Rée y Nietzsche

 
¿A quién quisieron los grandes pensadores de la historia?¿Cómo influyó la experiencia sentimental en sus teorías metafísicas? Los filósofos y el amor, de Manuel Cruz, revela las dudas sentimentales de personajes como Platón, Spinoza, Heidegger, Arendt, Nietzsche, Foucault… ¿En qué ha cambiado nuestra forma de enamorarnos? ¿Es el amor castigo, salvación o ninguna de las dos?
 
El encuentro entre Friedrich Nietzsche y la “encantadora joven rusa”, Lou Andreas-Salomé, se produjo en un lugar insólito: el Vaticano. Era 1882. Abril. Un conocido, Paul Rée, con el que el filósofo alemán había pasado el verano anterior, le habló de un confesionario lateral en la basílica de San Pedro. Desde allí pretendía demostrar (al menos así lo dijo) la no existencia de Dios. El impulsivo Rée se escondía horas y horas tras la celosía y, en ocasiones, debatía inquietudes metafísicas con una amante, Lou, que apenas tenía 20 años. Nietzsche, autor, entre muchos, de Así habló Zaratrusta, ya rozaba los 40. Un día se presentó en Roma sin avisar. “Su entrada en escena no pudo ser más teatral”, cuenta el escritor Manuel Cruz en su libro Amo, luego existo. Los filósofos y el amor (Espasa, 2010; Austral, 2012). Completamente impresionado por la chica, que le mira entusiasmada, Nietzsche “se dirige a Lou, le tiende la mano y le dice, mientras dibuja con su cuerpo una profunda inclinación: ‘¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí?’”.
 
Este fue el principio. A ella, según el profesor Cruz, el personaje le provoca una mezcla de sentimientos contradictorios: “Le inquieta su afectado patetismo, pero le atrae la magia de unos ojos que parecen albergar una secreta soledad, una abismal vida interior”. Con los años pasarían tiempo juntos, en un triángulo cuyo tercer vértice sostenía Rée, del que ella sí fue amante. Nietzsche, abatido, aceptó la derrota. Aprendió a vivir sin ella. La odió mucho, como le ocurre a quien ama mucho.
 
El autor de Humano, demasiado humano se había enamorado. Su hermana, al contemplar cómo recibía a Lou en una estación de tren, ya lo advirtió: “Está loco de atar por ella”. El romance terminó fatal. Peor aún: nunca empezó. Ella no lo miraba como hombre (solo maestro, amigo), a pesar de sus insistentes peticiones de matrimonio.
 
La joven se convertiría después en una reconocida psicoanalista y escritora. Nietzsche no fue el único en admirar a Lou. Recibió alabanzas del propio Freud, quien escribió sobre ella en 1937: “Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y armonía de su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizás la mayoría de las debilidades humanas, le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su vida”.
 
La figura de la intelectual rusa ha fascinado a propios y extraños. Años después del encuentro vaticano, por ejemplo, Lou animó a un joven checo de 21 años, René, a escribir. Creía en su talento. Le enseñó ruso y se convirtió en su mentora/amante. Lou fue quien comenzó a llamarle como es conocido en nuestros días: Ranier. Ranier María Rilke.
 
                                                                   Lou Andreas-Salomé.

Si amo, quiero sexo
 
El desventurado Nietszche, como se apuntaba, nunca fue correspondido en el plano físico. ¿Satisface al ser humano un amor puramente intelectual? Puede que no. Puede que sí. Al artífice de la muerte de Dios, desde luego, no. Únicamente un episodio, caminando solos por una preciosa colina boscosa cerca de Orta, al norte de Italia, pudo esconder un furtivo beso entre ambos, pero nunca se supo a ciencia cierta qué ocurrió. Nietzsche no lo olvidó nunca. “A usted le debo el sueño más maravilloso de mi vida”, le dijo a Lou durante aquel paseo. Al recordar aquel momento íntimo, con el tiempo, repetiría incansable: “La Lou de Orta era otra persona”. Le trastornaba continuamente lo que él llamó “la nostalgia de Orta”. Lou fue su amor verdadero (sea lo que sea lo que esto signifique). Y si hubo escondidas otras damas en su corazón herido, como se escondía Rée en el confesionario, no se sabe. Solo consta que no disfrutó de mejor suerte con otra mujer prohibida: la esposa del célebre compositor Richard Wagner, Cosima, a la que, según estudiosos de su biografía como Joachim Köhler, también le unió una atracción afectiva profunda e inconfesable (Nietzsche y Wagner, A lesson in subjugation,Yale University Press, 1996).
 
Tomado de Jot Down Mag
Publicación completa en: (http://www.jotdown.es/2013/06/nietzsche-enamorado/)
Publicado por Lidia Jiménez 


jueves, 23 de mayo de 2013

¿POR QUÉ LEVANTAN LA VOZ? Las mujeres de la "revolución"



A propósito del artículo de Roberto Aguilar ‘¿El augurio de Correa se cumplió?’, publicado el 19 de mayo en diario Hoy, cabe preguntarse: ¿Por qué levantan la voz, por qué adoptan una actitud agresiva, prepotente, y están a la defensiva? Me refiero a algunas mujeres a quienes se les ha entregado ciertos espacios de poder. Da la impresión que lo hacen por imitación, para que alguien las vea, para el reconocimiento, para el comentario favorable de un determinado sector. Hacen gala de una firmeza reprimida y marcada intolerancia ante la opinión contraria o la crítica. En sus intervenciones siempre se refieren a lo que alguna vez dijo ‘el señor Presidente’, a la ‘revolución’; es como si buscaran amparo a sus expresiones. Y claro, si su interlocutor es algún entrevistador de algún medio no ‘mercantilista’, en manos del gobierno -eufemísticamente autollamados ‘públicos’- se explayan repitiendo la verbología aprendida en algún taller de inducción, en donde además, alguien les dijo que coreen -y así lo hacen hasta el cansancio- que ellos ganaron, que los demás son perdedores, que el pueblo aprobó mayoritariamente el ‘proyecto’ y la profundización de la ‘revolución’(?), ratificando que el voto mayoritario (aunque no represente a la mayoría de la población) siempre es una excusa para imponer la suprema voluntad, sin consensos y sin concurso ciudadano. Se han contagiado de esa forma de hablar a nombre del ‘pueblo’, apropiándose de su representación, y claro, al no haber espacios de expresión ciudadana en la ‘prensa corrupta’, ni en la prensa oficial, el pueblo se queda sin voz.

Si bien esa actitud se observa en la mayoría de quienes tienen alguna representación o designación, el punto crítico es la Asamblea. Cuando a tres jóvenes mujeres se les entrega la responsabilidad de dirigir lo que antes era la principal función del estado, lo menos que se espera es que sus actuaciones estén guiadas por la mesura, el respeto, y espíritu democrático. Muy mala señal se da cuando en la primera sesión se ordena apagar el micrófono de un legislador porque, según la novel directora, se ofende al compañero presidente, pero se permite la arenga fuera de tono de un coideario que denuesta contra la oposición. Algo que obviamente el trío de féminas y sus compañeras de partido no entienden, es que se pertenecen a un órgano independiente, que no están ahí para satisfacer los deseos de otras autoridades o de grupos hegemónicos. Su abnegada pertenencia a un movimiento en donde la última palabra la tiene el gobernante, les hace creer que todos deben rendirle cuenta y razón de sus actos; de ahí que, ni bien posesionadas, concurren a la sede del ejecutivo a presentar su saludo ‘protocolario’ dicen. La impresión más bien es que se trata de un gesto de gratitud a quien permitió sean elegidas asambleísta y luego autoridades legislativas; y de paso, determinar las siguientes acciones, reconociendo el carácter subordinado de la función que representan.

El tener un líder máximo, que impone la línea a seguir, que resuelve todos los conflictos internos, que decide qué espacio corresponde a cada una de ellas, sin duda, hace que las cosas sean más fáciles, pues solo tienen que ejecutar disposiciones y, en lo posible, tratar de imitar a quien constituye su referente. De ahí que no llama la atención que pese a la heterogénea composición clasista de ese movimiento todas se sientan cómodas, libres de contradicciones, y que una vez superado el recelo inicial frente a los cuestionamientos de la izquierda ortodoxa, se sumerjan en la anarquía conceptual declarándose revolucionarias y socialistas del siglo XXI. No entienden mucho que significa aquello, pero ¿qué importa? Si desde arriba dicen que son socialistas y revolucionarias, así ha de ser. Consecuentes con ello, están de acuerdo en la expansión y fortalecimiento de la gran empresa oligopólica como motor del desarrollo, en el estado benefactor que entrega bonos y subsidios para ‘compensar’ los desequilibrios sistémicos entre ricos y pobres, en la concesión de territorios de pueblos ancestrales a empresas transnacionales para la explotación hidrocarburífera y minera depredadora de la naturaleza. Es el falso socialismo, el socialismo del siglo XXI, que busca sacar ‘lo mejor’ del sistema, poniéndole al estado un rostro ‘bueno y humano’, al tiempo que se deja intacta la estructura clasista que le caracteriza.

Entonces, si tienen todo a su favor, si cuentan con la fuerza del voto para imponer su razón ¿por qué levantan la voz?

miércoles, 8 de mayo de 2013

La última entrevista a Roberto Bolaño

En la edición N° 59 de la Revista Libros & Letras, de julio de 2006, se publicó la última entrevista realizada al escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en Julio del 2003. En ella, habla de sí mismo, de su vida, de sus gustos, de la literatura, de escritores y escribidores,  de cosas superfluas y de cosas trascendentales.
 
Por: Mónica Maristain.

"El martes pasado murió a los 50 años el escritor y poeta chileno Roberto Bolaño. Para muchos, ya era el mejor escritor latinoamericano de estos tiempos. Autor de culto durante buena parte de su vida, a partir del Premio Rómulo Gallegos que ganó con su novela Los detectives salvajes en 1998, su obra se empezó a convertir en objeto de devoción para más de una generación. En los últimos tiempos, además de las entusiastas bienvenidas que le brindaban medios como Libération y Le Monde y personalidades como Susan Sontag, algunos ya hasta jugaban con la idea de verlo recibir un Nobel. En la misma semana de su muerte, la periodista Mónica Maristain publicó en la edición mexicana de Playboy esta larga entrevista en la que Bolaño habla de todo: la literatura, sus años en la pobreza, su fe en los lectores, la gramática de los desesperados, el paraíso imaginario y el infierno tan temido".


 
 
"En el desvaído panorama de la literatura en lengua española, un espacio en el que todos los días aparecen jóvenes redactores más preocupados por ganar becas y puestos en los consulados que por aportar algo a la creación artística, se destaca la figura de un hombre enjuto, mochila azul en ristre, anteojos de enorme marco, cigarrillo sempiterno entre los dedos, fina ironía a bocajarro siempre que haga falta".

Aquí la entrevista completa al autor de 'Los detectives salvajes' y '2666':

http://www.revistalecturas.cl/la-ultima-entrevista-a-roberto-bolano/