"El encuentro entre Friedrich Nietzsche y la
“encantadora joven rusa”, Lou
Andreas-Salomé, se produjo en un lugar insólito: el Vaticano.
Era 1882... Completamente impresionado por la chica, que le mira entusiasmada,
Nietzsche “se dirige a Lou, le tiende la mano y le dice, mientras dibuja con su
cuerpo una profunda inclinación: ‘¿Desde qué estrellas hemos venido a
encontrarnos aquí?"
¿A quién quisieron los grandes pensadores
de la historia?¿Cómo influyó la experiencia sentimental en sus teorías
metafísicas? Los filósofos y el amor, de Manuel Cruz, revela las dudas sentimentales de
personajes como Platón,
Spinoza, Heidegger, Arendt, Nietzsche, Foucault… ¿En qué ha
cambiado nuestra forma de enamorarnos? ¿Es el amor castigo, salvación o ninguna
de las dos?
El encuentro entre Friedrich Nietzsche y la
“encantadora joven rusa”, Lou
Andreas-Salomé, se produjo en un lugar insólito: el Vaticano.
Era 1882. Abril. Un conocido,
Paul Rée, con el que el filósofo alemán había pasado el verano
anterior, le habló de un confesionario lateral en la basílica de San Pedro.
Desde allí pretendía demostrar (al menos así lo dijo) la no existencia de Dios.
El impulsivo Rée se escondía horas y horas tras la celosía y, en ocasiones,
debatía inquietudes metafísicas con una amante, Lou, que apenas tenía 20 años.
Nietzsche, autor, entre muchos, de Así habló Zaratrusta, ya rozaba los
40. Un día se presentó en Roma sin avisar. “Su entrada en escena no pudo ser
más teatral”, cuenta el escritor Manuel Cruz en su libro Amo, luego existo.
Los filósofos y el amor (Espasa, 2010; Austral, 2012). Completamente
impresionado por la chica, que le mira entusiasmada, Nietzsche “se dirige a
Lou, le tiende la mano y le dice, mientras dibuja con su cuerpo una profunda
inclinación: ‘¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí?’”.
Este fue el principio. A ella, según el
profesor Cruz, el personaje le provoca una mezcla de sentimientos contradictorios:
“Le inquieta su afectado patetismo, pero le atrae la magia de unos ojos que
parecen albergar una secreta soledad, una abismal vida interior”. Con los años
pasarían tiempo juntos, en un triángulo cuyo tercer vértice sostenía Rée, del
que ella sí fue amante. Nietzsche, abatido, aceptó la derrota. Aprendió a vivir
sin ella. La odió mucho, como le ocurre a quien ama mucho.
El autor de Humano, demasiado humano
se había enamorado. Su hermana, al contemplar cómo recibía a Lou en una
estación de tren, ya lo advirtió: “Está loco de atar por ella”. El romance
terminó fatal. Peor aún: nunca empezó. Ella no lo miraba como hombre (solo
maestro, amigo), a pesar de sus insistentes peticiones de matrimonio.
La joven se convertiría después en una
reconocida psicoanalista y escritora. Nietzsche no fue el único en admirar a
Lou. Recibió alabanzas del propio Freud,
quien escribió sobre ella en 1937: “Quien se le acercaba recibía la más intensa
impresión de la autenticidad y armonía de su ser, y también podía comprobar,
para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizás la mayoría de las
debilidades humanas, le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su
vida”.
La figura de la intelectual rusa ha
fascinado a propios y extraños. Años después del encuentro vaticano, por
ejemplo, Lou animó a un joven checo de 21 años, René, a escribir. Creía en su
talento. Le enseñó ruso y se convirtió en su mentora/amante. Lou fue quien
comenzó a llamarle como es conocido en nuestros días: Ranier. Ranier María Rilke.
Si amo, quiero sexo
El desventurado Nietszche, como se
apuntaba, nunca fue correspondido en el plano físico. ¿Satisface al ser humano
un amor puramente intelectual? Puede que no. Puede que sí. Al artífice de la muerte
de Dios, desde luego, no. Únicamente un episodio, caminando solos por una
preciosa colina boscosa cerca de Orta, al norte de Italia, pudo esconder un
furtivo beso entre ambos, pero nunca se supo a ciencia cierta qué ocurrió.
Nietzsche no lo olvidó nunca. “A usted le debo el sueño más maravilloso de mi
vida”, le dijo a Lou durante aquel paseo. Al recordar aquel momento íntimo, con
el tiempo, repetiría incansable: “La Lou de Orta era otra persona”. Le
trastornaba continuamente lo que él llamó “la nostalgia de Orta”. Lou fue su amor
verdadero (sea lo que sea lo que esto signifique). Y si hubo escondidas
otras damas en su corazón herido, como se escondía Rée en el confesionario, no
se sabe. Solo consta que no disfrutó de mejor suerte con otra mujer prohibida:
la esposa del célebre compositor Richard
Wagner, Cosima, a la que, según estudiosos de su biografía como Joachim Köhler, también le
unió una atracción afectiva profunda e inconfesable (Nietzsche y Wagner, A
lesson in subjugation,Yale University Press, 1996).
Tomado de Jot Down Mag
Publicación completa en: (http://www.jotdown.es/2013/06/nietzsche-enamorado/)
Publicación completa en: (http://www.jotdown.es/2013/06/nietzsche-enamorado/)
Publicado por Lidia Jiménez
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