Quienes han observado algunas campañas electorales seguramente tendrán la impresión que cada vez que se dan esos procesos, de algún cajón abandonado, cubierto de polvo y tiempo, alguien recuperó la misma desgastada cinta que nuevamente se repite hasta el cansancio, con mensajes llenos de promesas falaces, fantasiosas, ridículos slogans, canciones hechas al apuro, y frases prefabricadas, que hablan de cambios y hasta de revoluciones, carnada con que se busca atrapar a los incautos.
Luego
de una época de inestabilidad política en que botar Presidentes se convirtió en
deporte nacional –acusándolos de
incapacitados mentales o incompetentes–, por cansancio o escepticismo, vemos
que hoy la población mira con indiferencia las campañas electoreras, así como los
abusos más grotescos, sin siquiera perturbarse. Lo anecdótico del caso es que
justamente son los gobiernos autocalificados de ‘revolucionarios’, que
proclamaban la recuperación de la patria para los pobres y la participación popular
en la construcción de un nuevo país, los que lograron desmovilizar a la
ciudadanía haciéndole perder toda conciencia crítica; y no solo eso, con las
sucesivas aprobaciones plebiscitarias la convirtieron en cómplice de un
perverso plan cuyo objetivo era llegar al control totalitario del poder.
¿Por
qué gobiernos que se presentaron como alternativa a las políticas neoliberales
excluyentes, concentradoras e inequitativas, terminaron destruyendo la
institucionalidad y conculcando ciertas manifestaciones de la voluntad
ciudadana? Simplemente porque tras toda la discursiva social y reivindicatoria
se escondía un proyecto caudillesco sustentado en medidas populistas. La subyugación de la institucionalidad que se observa
en los gobiernos ‘socialistas del siglo XXI’ obedece a la necesidad del líder de
ejercer el control absoluto del Estado. Como no pueden disolver la función
legislativa y demás órganos del poder público debido al repudio que tal acción
generaría, se apropian de ellos a través de falaces mecanismos de designación
de autoridades en los cuales siempre resultan elegidos individuos cuya
principal característica es su incondicional obediencia al caudillo.
La
presencia del caudillo y el estado prácticamente de excepción en que viven los
países de esa corriente no se justificaría si no existiesen enemigos a los que
hay que liquidar. De ahí que, aún cuando estén en el poder cinco, diez, quince,
o más años, le dicen a la gente que la tarea no está terminada, que necesitan
más tiempo para derrotar al ‘pasado’, y en esas se pasan, inventando enemigos,
cuando no son empresarios y banqueros –en
realidad sus principales aliados-, son los medios de comunicación, los
gremios aún no sometidos, los intelectuales no adherentes, e inclusive, alguna
figura de otro país que emitió algún comentario adverso al régimen –hecho que automáticamente lo convierte en
testaferro del ’imperio’ –, y para que no queden dudas del carácter ‘revolucionario’
y libertario del gobierno se manipulan imágenes y frases de referentes
históricos (Bolívar, Sandino, Martí,
Alfaro…, quienes, por algún inexplicable sortilegio, supuestamente comparten el
pensamiento del caudillo).
Estas
dictaduras tratan de compensar la pérdida de libertades y seguridad jurídica de
la sociedad civil mediante acciones asistencialistas de corte neoliberal dirigidas
a un gran segmento de población beneficiaria de bonos y subsidios con que la
benevolencia oficial busca asegurar su fidelidad. Y a quienes no participan de
esos beneficios se trata de seducir con falaces campañas publicitarias que
sobredimensionan las ejecutorias del régimen. Así, nuevas carreteras, centros
de salud y escuelas dan cuenta de un país que gracias al caudillo avanza a un
futuro radiante de progreso y felicidad, tramoya que se convierte en el mejor
escudo frente a denuncias de corrupción, violaciones constitucionales y toda
clase de arbitrariedades. Cualquier ‘error’ –eufemismo con que el oficialismo denomina a los actos impúdicos- del
gobierno y sus colaboradores se justifica con ‘la obra’, la cual resaltan fue
realizada por ‘ellos’, como si la hubieran realizado con su dinero; y como
creen que sí, que es su dinero, no les importa hacer mal uso de él.
Algunos
entendidos encuentran que el enorme esfuerzo y desgaste al que se someten los nuevos
caudillos latinoamericanos para lograr y mantener el control absoluto del poder,
tiene como hilo conductor el impulso casi instintivo por restituirse de
experiencias traumáticas, producto de carencias afectivas o materiales que les
afectó en alguna etapa de sus vidas. Sin embargo, sería ingenuo pensar que solo
buscan el poder por el poder, ya que unido al control político del estado está
el control de sus recursos materiales y económicos. En realidad, son estos dos
factores: el ejercicio absolutista de la autoridad y el manejo discrecional de
la economía lo que hace que se jueguen la vida por mantenerse en el poder, sino
recordemos lo que fueron las experiencias caudillistas de mediados del siglo
pasado en Cuba, Dominicana, Nicaragua, Haití, entre otras.
Pero
no crean que armar lo que denominan “el proyecto” es cosa fácil. Ciertamente se
requiere de una compleja estructura material, jurídica y humana sobre la cual
se sostiene. Al no tener verdaderas motivaciones ideológicas, estas iniciativas
se sustentan en intereses puramente económicos que no podrían satisfacerse si
no se construyeran complejos mecanismos de corrupción que involucran a todos
los estamentos: un legislativo que fabrique leyes permeables; una justicia
selectiva, benevolente con el poder y dura con los opositores; y, una
maquinaria represiva que mantenga a distancia a quienes cuestionen o pretendan
hurgar en los negocios de la administración.
No
obstante, la red clientelar que tejen esto regímenes es tan grande que no son
pocos los ilusos que defienden a capa y espada al caudillo. En la práctica
muchos de sus seguidores practican cultos en donde se venera al líder, no falta
el afiche con su foto en el lugar más prominente de la vivienda, la bandera que
identifica al movimiento. Los más fanatizados, los que torpemente confunden
populismo y desarrollismo con revolución utilizan lenguaje de barricada, forman
parte de los frentes de choque, asisten a concentraciones, se conocen de
memoria los slogans. El caudillo les convenció que son parte de una revolución;
desde luego, una revolución sin participación ciudadana, sin ideología, una
revolución que se esfuerza por mantener intacto el sistema, las relaciones de
poder y la estratificación de clases. Como alguien dijo: “las masas son rebaños que inconscientes siguen al lobo disfrazado de
pastor”
coño yo estoy haciendo una tarea i me dice nombra los tipos de caudillos que exitieron en venezuela en el siglo 21
ResponderEliminarMuy buen artículo
ResponderEliminar