¡Qué miedo le voy a tener yo al infierno! Miedo le tengo a un
agujero negro que me trague. Dios como explicación del origen del universo es la
vuelta del bobo...
Con este título resumieron en la Feria del Libro de Guadalajara el “Encuentro
con los mil jóvenes” que tuvo el escritor colombiano radicado en México,
Fernando Vallejo, quien presentó los libros 'Peroratas' y 'Casablanca la bella'
(Sello editorial Alfaguara). Este es el texto del comienzo de su polémica
intervención, del 4 de diciembre de 2013:
Dios no existe, muchachos, ése es un cuento de clérigos desvergonzados
inventado para sus fines abusando de la credulidad del rebaño: de curas
católicos, pastores protestantes, popes ortodoxos, rabinos judíos, ayatolas
musulmanes...
Por Dios entendemos fundamentalmente dos cosas: el creador del universo y el
Ser de la Suprema Bondad. ¿Y quién dijo que al universo lo tenían qué crear?
Para empezar, ni siquiera sabemos qué es el universo. Estrellas de protones,
materia oscura, agujeros negros... De eso nos hablan últimamente los
astrofísicos, que tienen el telescopio Hubble y que cada vez que abren la boca
nos aterrorizan. ¡Qué miedo le voy a tener yo al infierno! Miedo le tengo a un
agujero negro que me trague. Dios como explicación del origen del universo es la
vuelta del bobo, una explicación que no explica nada, pues ¿cómo nos explicamos
que Él no haya tenido origen? Si Dios no tuvo origen, entonces la premisa “todo
tiene que tener un origen” es falsa, y sobre una premisa falsa no se puede
construir un silogismo verdadero. A mí me cuesta menos trabajo aceptar que el
universo está ahí desde siempre, que aceptar el que esté desde siempre sea Dios,
por la simple razón de que a Dios nunca lo he visto mientras al universo sí, y
si no todo por lo menos una partecita: esta sala en que estamos, por
ejemplo.
Consideremos ahora a Dios como el Ser de la Suprema Bondad. ¿Uno que nos manda los terremotos, los maremotos, las hambrunas, la enfermedad, la vejez, la muerte? ¡Qué tal que no fuera bueno, cómo nos iría!
Y su hijo Cristo, ¿era bueno, o era malo? “Por sus frutos los conoceréis”,
dice él en los Evangelios. Pues por los suyos lo voy a conocer, midiéndolo con
su propio rasero. En los Evangelios hay un episodio en que se encuentra con un
endemoniado de Gadara o de Gerasa, dos de las diez ciudades de lengua griega de
la Decápolis, que estaban situadas en las inmediaciones del mar de Galilea. ¿Y
qué hace? Le saca al endemoniado los demonios que tiene adentro y se los pasa a
una piara de cerdos, que enloquecidos corren a ahogarse al mar. ¿Y por qué no
esfumó los demonios en el aire en vez de pasárselos a unos pobres e inocentes
animales que ningún mal le habían hecho y que eran obra de su papá, el Padre
Eterno? ¿Y les pagó acaso a los porqueros el daño que les hizo al dejarlos sin
sus animales? ¡Ni un denario! Llegaba, hacía el mal y se iba. Era un loco
rabioso. A los mercaderes del templo los expulsó a latigazos porque estaban
vendiendo ahí sus mercancías. ¿Y si no quería que se ganaran la vida vendiendo,
por qué no le pidió a su papá, el Padre Eterno, que los hiciera ricos? Y a
Herodes Antipas, el tetrarca, le mandaba decir con los fariseos: “Id y decidle a
ese zorro que yo curo enfermos y expulso demonios”. Y a los fariseos los llamaba
“serpientes, raza de víboras”. ¡El Hijo de Dios insultando con nombres de
animales como cualquier Lenin o Fidel Castro! Y decía también el exorcista
rabioso: “No les echéis las cosas santas a los perros ni vuestras perlas a los
cerdos, no sea que las pisoteen y revolviéndose os despedacen”. ¿Cuándo han
visto ustedes a un cerdo despedazando a un ser humano? A los que sí he visto yo
es a los seres humanos acuchillando a un cerdo: en mi niñez, en mi lejana
Colombia, el 24 de diciembre, día de la navidad, para celebrar esos hijueputas
colombianos con su ritual monstruoso la venida a este mundo del Niño Dios.
Todavía me resuenan en el alma los aullidos de dolor y de terror del pobre
animal. Me los borrará de la memoria la muerte. Sí les voy a echar las perlas a
los cerdos, y al primer perro callejero que me encuentre le voy a dar un copón
lleno de hostias para que calme el hambre. Pero sin consagrar, ¿eh?, no se me
vaya a envenenar el animalito. Y decía también el loquito de Galilea: “No está
bien tomar el pan de los hijos y dárselo a los perros”. Como yo no tengo
hijos... En eso sí soy como él, que no se reprodujo.
¿Y este engendro de la maldad que les pasa los demonios a unos pobres cerdos
para que se vayan a ahogar al mar, que insulta con nombres de animales y que se
deja llevar por la ira es el paradigma de lo humano, el modelo que tenemos que
seguir, el inventor de la moral? Con razón siguen existiendo hoy los mataderos y
la industria porcina y la industria avícola y la vivisección y la
experimentación con los animales. ¡Claro, como la religión nos lo permite! Nos
permite esclavizarlos y torturarlos y vejarlos y matarlos y comérnoslos sin que
salga de las puercas bocas de sus puercos clérigos ni una sola palabra de
reproche. Religión no puede ser sinónimo de bondad: es sinónimo de infamia. La
religión nos pone desde que nacemos una venda en los ojos que nos impide ver a
los animales como nuestros hermanos y nuestro prójimo. Y cuando digo “animales”
me refiero a los que tienen un sistema nervioso complejo por el que sienten el
hambre, la sed, el dolor, el miedo, como nosotros, y muy en especial a los que
el hombre domesticó, como los perros y los cerdos. Esa venda que me puso a mí la
Iglesia desde que nací, y que les puso a ustedes, es la venda moral. Yo ya me la
quité. Vengo a pedirles a ustedes que se la quiten.
¿Qué los cerdos son sucios y viven en chiqueros? ¡Claro, porque ahí los
encierran! Enciérrenme en la Capilla Sixtina a los 110 cardenales que con la
inspiración del Espíritu Santo acaban de elegir papa al argentino Bergoglio, y
me les cierran las puertas de los inodoros para que no puedan usarlos a ver en
qué la dejan. En el chiquero más asqueroso del planeta Tierra, que no lo limpia
ni con sus lenguas de fuego el Espíritu Santo.
¿Y para qué está esta entelequia alada, a ver? ¿Para iluminar a los
purpurados? ¿Entonces por qué se necesitan varias votaciones para elegir a un
papa, que se prologan por días, semanas, meses y hasta años, como el cónclave de
1294 que estuvo trabado dos años y tres meses porque los doce cardenales
electores no se lograban poner de acuerdo, divididos como estaban en dos bandos
por intereses mundanos y lealtades familiares: seis con la famila de los Orsini
y seis con la de los Colona. ¿Y el Espíritu Santo qué hacía en tanto? ¿Se fue de
vacaciones, o qué? Si el Espíritu Santo es el que ilumina a los cardenales,
entonces éstos deberían elegir al nuevo papa por unanimidad y sin necesidad
siquiera de votaciones: se levantan todos a una y a mano alzada aclaman al que
les sople en los oídos el Paráclito.
Y de los 266 papas que enumera el Anuario Pontificio contando al de ahora,
diez reinaron menos de 33 días, que es lo que alcanzó a reinar nuestro reciente
Albino Luciani o Juan Pablo I, quien se fue al Más Allá en sus pañales
pontificios tras un ataque al corazón: con un hipotensor se lo pararon. Pero el
que tiene el récord de papa breve es Giambattista Castagna o Urbano VII, que no
alcanzó a llegar a la coronación: saliendo del cónclave enfermó y a los doce
días lo llamó el Altísimo a rendir cuentas. Cuentas por la fotunita que amasó
como Inquisidor General del Santo Oficio quedándose con los bienes de sus
víctimas. ¿No se les hace un despropósito elegir un papa para doce días? ¿No
será que a la paloma del Espíritu Santo se le enloqueció la brújula? La nave de
la Iglesia va al garete. Le voy a abrir su buen boquete para que se hunda.
¿Y por qué tiene que tener Dios un Hijo, a ver? Yavé, el Dios judío, no lo
tiene. Y Alá, el Dios mahometano, tampoco. Por eso el judaísmo y el mahometismo
son religiones monoteístas, palabra que significa que tienen un solo Dios. El
cristianismo dice que él también, pero tiene tres: la Santísima Trinidad: Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Tres en uno como el detergente. El cristianismo es un
triteísmo monoestúpido.
Y Cristo, ¿existió, o no existió? ¿Cuál de todos, si yo sé de diecisiete?
Aquí les van: el Cristo de los ebionitas, el Cristo de los elkesaítas, el Cristo
de los ofitas, el Cristo de los adopcionistas, el Cristo de los docetistas, el
Cristo de los gnósticos, el Cristo de los judaizantes, el Cristo de los
simonianos, el Cristo de los valentinianos, el Cristo de los harpocracianos, el
Cristo de Basílides, el de Cristo de Cerinto, el Cristo de Carpócrtates, el
Cristo de Marción. Y los tres Cristos de la secta que se llamó entonces
“católica”, que en griego significa universal, nombre que ha guardado para
designarse a sí misma hasta hoy la Iglesia de Roma: el Cristo de los evangelios
sinópticos de Marcos, Mateo y Lucas; el Cristo del evangelio de Juan; y el
Cristo el de las epístolas de Pablo. Diecisiete. Éstos eran los que había en el
año 180 cuando el filósofo pagano Celso escribió su libro contra el cristianismo
“La palabra verdadera”, Aletes Logos en griego. El libro lo destruyó la secta
católica no bien se tomó el poder, pero de él han quedado los pasajes que citó
el padre de la Iglesia Orígenes en su pretendida refutación de Celso escrita 70
años después. De lo que cita Orígenes voy recordar dos cosas: una, que en el año
180 el cristianismo no era homogéneo sino que lo constituían un montón de sectas
peleadas las unas con las otras, como hoy siguen peleados en Irlanda del Norte
los católicos con los protestantes, en una guerra a muerte que se arrastra desde
hace siglos. Y dos, que el cristianismo no era sino una mitología más, sin
originalidad, copiada de las de Grecia y el Oriente. Y así es. En el siglo II, o
sea después del año 100, el cristianismo era un conjunto heterogéneo de sectas
teosóficas y ascéticas surgidas de los cultos y hechicerías del mundo antiguo, y
cada una con su Cristo. ¿Y antes del año 100? Antes del año 100 no hay Cristos
ni cristianismo. Ni hoy hay quién pueda probar que los hubo. Lo que entendemos
hoy por Cristo o por Jesús es un engendro del siglo II fraguado por Roma, centro
del imperio y del mundo helenizado, juntando rasgos de los muchos dioses y
redentores del género humano que circulaban entonces en la cuenca del
Mediterráneo: Atis de Frigia, Dionisos de Grecia, Osiris y Horus de Egipto,
Zoroastro y Mitra de Persia, Krishna de la India, Buda de Nepal... Pero Cristo
encarnado nunca hubo, no hay ningún Jesús histórico, ésta es la patraña más
descarada que yo conozca, y conozco muchas: de la política, de la literatura, de
la ciencia...
En el año 310 una de las sectas cristianas, la católica, se montó al carro
del triunfo del emperador Constantino, un genocida, y se convirtió en la
religión del Imperio. En poco tiempo exterminó a las otras sectas cristianas y a
todos los cultos o misterios que venían del pasado, quedando sola e imponiendo
de paso, como si de uno solo se tratara, a sus tres Cristos. La novedad del
Cristo triple de la secta triunfante es que ésta pretendía que era histórico:
que había nacido bajo el reinado del emperador Augusto y predicado y muerto en
la cruz en el reinado del emperador Tiberio. Y para darle un toque de verdad a
la mentira, los evangelistas –san Marcos, san Mateo, san Lucas y san Juan–
citaban unos cuantos personajes históricos tomados de las Antigüedades judías
del historiador Flavio Josefo: los sumos sacerdotes Anás y Caifás, por ejemplo;
Herodes Antipas y su hermano Arquelao; el procurador romano Poncio Pilatos...
Pero el libro de Flavio Josefo, que fue escrito hacia el año 90, menciona
cientos de nombres. De la historia de Judea en el siglo I los evangelistas sólo
saben lo que tomaron de ese historiador judío que escribió en griego, y de su
geografía nada, no la conocen, la tienen toda equivocada porque no eran de ahí.
Es que san Marcos no existió, ni san Mateo, ni san Lucas, ni san Juan, y los
Evangelios atribuidos a ellos los escribieron muchos, muchos autores anónimos,
no sabemos cuántos ni dónde ni cuándo exactamente, como pasa, por lo demás, con
los restantes textos del Nuevo Testamento y todos los del Antiguo. La Biblia
entera es apócrifa. Así que vamos quitándoles lo de santo a esos cuatro
inexistentes varones, inventados como Cristo y su madre María y su padre
putativo José por el Espíritu de la Mentira. Que dizque el Espíritu Santo
descendió sobre María y la cubrió con su sombra... Las sombras no preñan:
oscurecen.
Y ya metidos en gastos vamos suprimiendo el santoral, esa caterva de
reprimidos sexuales y de asesinos como san Carlos Borromeo, que quemó vivos a
ocho en Val Mesolina; o como san Roberto Belarmino, que mandó a la hoguera a
Giordano Bruno y por poco no quema también a Galileo; o como San Pío V (Antonio
Ghislieri, su nombre de soltero antes de ser esposa del Señor), gran perseguidor
de los judíos. Con el título cardenalicio de San Roberto Belarmino, Karol
Wojtyla, el papa polaco, hizo cardenal al actual, a Jorge Mario Bergoglio. Ahora
éste canoniza a Wojtyla para pagarle el favor. Nunca le recen, muchachos, a san
Juan Pablito II porque pierden el tiempo: está en los infiernos. Y santo que
está en los infiernos no es santo: es un condenado.
*Si quiere ver el video de esta charla, búsquelo en You Tube bajo el título de "Fernando Vallejo el sermón del Anticristo".
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