los
nuevos jefes y jefas, imbuidos de todos o casi todos los poderes, se consideran
amos y señoras de sus respectivas dependencias. Están por sobre el bien y el
mal, nadie pone en duda su carácter omnisciente. El todopoderoso estado les ha
otorgado inmunidad para hacer y deshacer conforme su sabia voluntad. Son
miembros y miembras de una corporación que gobierna según los propósitos del
supremo líder, a quien deben gratitud, lealtad y obediencia. A cambio de ello
disfrutan de todos los placeres terrenales y de un ejército de súbditos prestos
a ejecutar sus mandatos
Partamos del principio que los jefes, como todo lo que existe sobre la Tierra, también sufren cambios. El jefe de épocas pasadas no es igual al de hoy, esencialmente porque responden a realidades diversas. El de antaño, aunque se daba ciertos aires de importancia, era un tipo distendido, refugiado en oficinas sobrias, nada ostentosas. Hasta para hacer negocios era cauto, mesurado, cuidaba el nombre, las apariencias.
Entonces, ¿cómo son los jefes de la
nueva administración pública? Dejemos en claro que cuando digo “jefes” me
refiero a aquellos de alto nivel; y “nuevos” es una forma de decir, ya que la
mayoría llevan algunos años apoltronados en sus anatómicos y caros sillones.
Quienes los vieron llegar pueden dar fe del cambio. Muchos, la
mayoría para ser justos, aparecieron con una mano adelante y otra atrás. Para
disimular la carencia de recursos vestían un terno obscuro que alternaban con dos
o tres camisas y una o dos corbatas durante la semana. Los que llegaron de
provincias para “apoyar” al compañero presidente buscaron alojamiento en esos
hotelitos baratos, de medio pelo, que abundan en la zona norte y que como
gancho ofrecen desayuno gratis. Más de uno participaba del menú sobrepreciado
que contratan las instituciones públicas. Otros, cansados de esa horrible comida
reciclada mandaban a comprar el clásico KFC, con arroz y menestra. Ya se podrán imaginar
el olor que se impregnaba en las oficinas, difícilmente disimulado por el
ambiental rociado por las afanosas secretarias apenas el jefe, apremiado por la
naturaleza, entraba al baño.
Hoy los jefes son cancheros, conocen el
teje y maneje de la cosa pública. Aprendieron a usar con solvencia terno y
corbata, a combinar la ropa, los zapatos. Ahora usan vestimenta caché comprada
en tiendas exclusivas o traída del exterior en esos constantes y sacrificados viajes
fuera del país. Algunos hasta ya saben para qué mismo sirven las entidades a su
cargo. Se dan el lujo de comer en restaurantes gourmet, viven en buenos hoteles
o arriendan suites en sectores exclusivos. Los más visionarios y pragmáticos
(palabrita de moda con la que se designa a los negociadores) compraron o
cambiaron su vivienda por otra. Quienes llegaron del trópico hoy se
desenvuelven en la capital como peces en el agua. Le cogieron gusto al aire
acondicionado natural, les agrada lo verde, los buenos colegios, la relativa
seguridad, por eso muchos trajeron a la familia. Es posible que a futuro ya no
regresen al terruño. Se acostumbraron a convivir con los antes odiados y
menospreciados “serranos o paisanos” a quienes calificaban de burócratas vagos
vividores de las rentas que producía el llano, la costa.
En lo laboral, conocen al dedillo el
presupuesto institucional y su manejo, tanto que instruyen a financieros y
jurídicos sobre qué procedimiento utilizar para las contrataciones. Saben que
lo más rápido, práctico y “conveniente”, es acogerse a las declaratorias de
emergencia. Claro, en un país subdesarrollado como este, pese al “milagro
económico” que dizque experimentamos, todo es emergente, para ayer. Así que lo
único que deben hacer los que manejan las compras públicas es cambiar ciertas variables
a los modelos de resoluciones y contratos. Facilito.
Están conscientes que por sus obras
serán juzgados de eficientes o ineficientes. Eficientes los que gastan todo el
presupuesto, en lo que sea y como sea; ineficientes los lentos, los que todavía
creen que deben respetar la ley, los que consultan si se puede o no hacer tal o
cual cosa. No obstante, aún estos últimos saben que obligatoriamente debe
constar en el famoso plan operativo todo lo imaginable, incluidos rubros que a
futuro permitan camuflar gastos políticos, aportes, movilizaciones, propaganda,
banderitas, vallas, festejos, etc, etc. A
propósito, es curioso ver como el último mes del año, todos entran en una
especie de locura colectiva. Lo que no pudieron hacer durante once meses
quieren sacar a como dé lugar los últimos días de diciembre. Así, la ejecución
presupuestaria que hasta entonces no llegaba al 50%, por obra y gracia de la
desesperación sube milagrosamente al 60 o 70 por ciento. No hace falta decir
que estos gasto de última hora, en tiempos de navidad y fin de año generan muchas satisfacciones.
¿Cómo son los jefes en la oficina? Bueno, los hay de toda clase. Para que no se resientan las feministas, diremos que los hay tranquilos y tranquilas (en realidad esta no es una virtud común en ellas), prepotentes y prepotentas, ramplones y ramplonas, vagos y vagas, desfachatados y desfachatadas, paranoicos y paranoicas… En lo que si todos y todas se parecen es en su lealtad al “proyecto”. No saben qué carajo es eso, pero juran que son leales al proyecto del gobierno. Concurren obligatoriamente a marchas y contramarchas, a concentraciones y desconcentraciones, algunos, los más hábiles, los que lograron subir varios peldaños en la escala de cercanía al sol que nos alumbra asisten a los monólogos en donde el supremo jefe se luce ante una eufórica y encantada concurrencia que agita banderitas y aplaude a rabiar.
Algo que caracteriza a ellos y a
ellas por igual es el aprovechamiento del trabajo ajeno. Aprendieron a quedar
bien a costa de otros: “Fulano, necesito esto para el mediodía", "fulana, esto es
urgente, para las cuatro de la tarde, "a ver señores esto me tienen listo a más
tardar para mañana”, y así, todo lo delegan. Asumen, para quedar bien, responsabilidades
que no les competen. “No te preocupes, nosotros hacemos esto”, “déjamelo a mí,
yo me encargo”… y claro, inmediatamente ordenan a algún subalterno que se saque
la mierda haciendo el trabajo. Una vez terminado, aparecen como los autores,
mientras que el personal de tropa que se desveló ni siquiera es mencionado, a no
ser para responsabilizarlo por las falencias. Es ya característico que los
jefes esperen la hora de salida para pedir informes o convocar a reuniones.
¿Alguien se traga el cuento que ese informe o las beberías que se tratan en las
reuniones no pueden esperar hasta el otro día o la próxima semana? Claro que
no, es la simple gana de joder, de darse importancia, de crear sobre él o ella
un halo de esforzado y eficiente servidor. Se pasan el día en juntas y reuniones
tomando cafecitos, recibiendo delegaciones que ofrecen lindos negocios, o
inaugurando obras donde se malgastó el dinero. Así secretarias y el “equipo de
confianza” deben esperar hasta que el jefe o jefa decida terminar con todas las
reuniones para ver que si no se le ocurre armar otra o delegar alguna tarea.
Por cierto, aquello del “equipo de
confianza” da para una crónica extensa. Por ahora únicamente digamos que en la
argolla no están todos los que son, ni son todos los que están. Hay equipos y
equipos. Unos constituidos sobre la necesidad de fortalecer la gestión
institucional, mientras que hay otros en los que ciertos miembros ni siquiera trabajan
en la misma institución, o se mantienen en la periferia, en oficinas privadas,
oficiando de emisarios y lobistas. En este segundo caso, los verdaderos
miembros son ultra cercanos al jefe, generalmente antiguos conocidos. Su
condición de coautores o conocedores de malandanzas y metidas de pata hace que los
vínculos entre ellos sean indisolubles; vínculo sustentado en una especie de pacto de silencio.
Otra característica común es su
fascinación por los viajes. ¡Cómo les encanta viajar! Ni bien se posesionan
comienzan a planificar los viajes. Todos viajan. Para esta gente que antes se
excitaba yendo a algún balneario de la costa, hoy el mundo les queda chico. Ir a Europa,
Asia, el Medio o lejano Oriente, Sur o Norteamérica, se ha vuelto rutinario. Viajan con
los más increíbles pretextos. Que a dictar una "conferencia magistral", que a socializar el nuevo reglamento, que a
promocionar tal o cual cosa, que a informar a los migrantes sus derechos, que a
firmar el tratado de entendimiento o el convenio marco, que a dar a conocer al
mundo las nuevas estrategias de comercio, que al festival o la conferencia
sobre esto y aquello. Y cuando se les pregunta: “¿qué tal estuvo el viaje?”, la
respuesta siempre es: “cansado”. ¿Y cómo no van a estar cansados de tanto viajar?
También es común la caridad familiar.
Basta que se posesione el jefe o la jefa para que en tropel ingrese a la
administración toda la parentela y, si hace falta, los relacionados a ésta.
Padres, hermanos, tíos, primos, cuñados, novios, concubinos… etc, etc, en su mayoría paniaguados,
buenos para nada, son ubicados sino en la misma entidad en otras afines. Y no
en cualquier puesto ni con cualquier sueldo, claro que no, ha de ser en
funciones directivas, como corresponde al estatus del jefe.
Volviendo a lo de antes, decíamos que
hay jefes y jefas para todos los gustos, aunque por lo general la mayoría se
caracterizan por tener a la gente al borde de la locura. Los informes, el
oficio, los contratos, los reglamentos, las resoluciones, los pasajes... todo
es urgente. Da la impresión que el futuro del paisito depende de algún informe,
resolución o reglamento. Imagínense lo que pasa cuando esos informes están
dirigidos al supremo jefe. Los revisan una y otra vez, suman y vuelven a sumar,
mueven los cuadros de un lado al otro, pintan una columna de un color, resaltan
otra, que sea lo más claro y sucinto dicen, que el supremo no tiene tiempo para
leer testamentos, que solo se fija en lo importante. Eso sí, por acaso se le
ocurra tomar la lección completa hay que poner los hipervínculos y llevar a
cuestas toda la documentación de respaldo. Si las cosas salen bien, se
felicitan, se abrazan, los rostros se iluminan de felicidad; pero si no,
entonces arde Troya, se busca inmediatamente culpables, que como mínimo reciben
una puteada que les dejará con estrés para toda la vida.
LAS JEFAS
¡Ah, las jefas! Ellas merecen capítulo aparte. Son una especie de última data,
emergieron con los nuevos tiempos, con el cambio de época. Antes se conocían
algunos ejemplares, pero en general su paso por la administración pública no
tuvo el dramatismo ni la incidencia que tiene actualmente. En su mayoría son
jóvenes, aunque por excepción las hay entradas en años. De procedencia
distinta, algunas vienen acompañadas de un pedigrí linajudo, aspecto elegante,
cutis bien mantenido, figura moldeada en gimnasios y quirófanos… mientras que en
otras se aprecia la huella marcada por la vivencia en sectores populares, en
donde a lo largo del tiempo se ha sentido maltrato, discriminación, carencia y
una apreciable carga de frustraciones.
Pero bien, con la revolución y los
tiempos, estas mujeres aparecen reclamando su derecho a ser visibilizadas e
incorporadas al aparato estatal, a ministerios, subsecretarías, embajadas, gerencias y puestos de dirección. Es lo
que nos merecemos dicen. Uno de sus principales argumentos es que se han
preparado y como prueba exhiben títulos académicos, no uno, sino varios y en
todos los campos imaginables, y las que no tienen ese backup acuden a su trayectoria en el movimiento. Ya en el cargo, asumen las funciones con la mayor
severidad posible. Curiosamente las principales víctimas de una reprimida
demostración de autoritarismo y prepotencia que de inmediato sale a flote no
son los machos, los opresores, no, son las mismas mujeres, sus congéneres.
Prefieren descargar su frustración sobre otras mujeres antes que enfrentarse a
quienes a lo largo de la historia las han dominado. No pueden ocultar su
antipatía hacia determinadas funcionarias, menos cuando las subalternas
demuestran mayores conocimientos y mejores ejecutorias, y si a más de capacidad
la supuesta adversaria es agraciada la locura es total, eso las vuelve
paranoicas. Asumen que el
puestito está en riesgo. De ahí que cualquier trabajo que realizan aquellas es
revisado con microscopio, les buscan fallas hasta en las comas, para
desacreditarlas tachan aquí y allá, ponen lo mismo pero con otras palabras, y
como golpe de gracia, de todo —menos
de los aciertos— dejan constancias en correos o
mediante oficio. Así, las féminas se convierten en las primeras víctimas de
esta versión de neofascismo solapado que invade el sector público. Podría
decirse que el infierno es un spa comparado con el acoso que las víctimas
tendrán que soportar día a día, acoso del que hasta ahora no se conoce escapatoria.
Obsesionadas como son, luego de 12 o más horas de derramar bilis en la oficina, ya en casa, la laptop
y el celular permanecen encendidos si acaso el jefe —no olviden que en la
pirámide del poder siempre hay un superior— pida alguna información. El gusano que habita en sus cerebros
les dice —despiertas y en sueños— que son imprescindibles, que sin ellas la entidad se
derrumba, que el mundo se acaba. Al haberse constituido en las principales
aportantes de recursos al hogar los maridos resignan su actitud dominante, al
fin que alguien debe pagar las cuotas del auto, las nuevas tv ultraplanas, la
ropa de marca, las vacaciones, etc, etc.
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En
fin, los nuevos jefes y jefas, imbuidos de todos o casi todos los poderes, se
consideran amos y señoras de sus respectivas dependencias. Están por sobre el
bien y el mal, nadie pone en duda su carácter omnisciente. El todopoderoso
estado les ha otorgado inmunidad para hacer y deshacer conforme su sabia
voluntad. Son miembros y miembras de una corporación que gobierna según los
propósitos del supremo líder a quien deben gratitud, lealtad y obediencia. A
cambio de ello disfrutan de todos los placeres terrenales y de un ejército de
súbditos prestos a ejecutar sus mandatos. Altas remuneraciones y manejo discrecional,
asociados a otros privilegios, dan forma a lo que parece una nueva
administración, pero que en esencia reedita viejos sistemas medievales de dominación
y autoritarismo y, no en pocos casos, de descomposición.
excelente documento. muy inspirado y objetivo.
ResponderEliminarEspectacular...asi son los jefes del sector públic...humillantes a mas no poder!
ResponderEliminarDedo en la llaga.
ResponderEliminar¿A qué se deberá que el pueblo sabiendo, a conciencia, de estas realidades no reaccione.....? ¿A qué se debera...? ¡¡Ya somos mas de quince millones de pendejos, digo.....de ecuatorianos, sin trabajo que, es lo que dignifíca a una familia...!!!Conclusión: Un Pueblo desunido,(para darle un poco más de realce al adágio popular), siempre será,"PENDEJO"; recordándo a don Facundo cuando decía,que su tío el general era muy valiente pero, su gran debilidad era el temor a los pendéjos; y alguien le preguntó, y,¿por qué tanto miedo a los pendéjos, mi general? Porque son muchos, y estan por todas partes.....!! Fíjate que cuando hacen mayoría, votan hasta por el presidente. Y, la verdad.....así esta nuestro pobre Ecuador.
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