“El camino hacia el cambio prometido por el correismo no es sino un cenagoso sendero, carente de sustento ideológico, que conduce a la consolidación de un proyecto totalitario”
Con frecuencia funcionarios del gobierno de Rafael Correa incurren en errores a la hora de emitir pronunciamientos de carácter político. Tal el caso del Gobernador de Morona, que ingenuamente solicita por escrito al Presidente la remoción de varios funcionarios públicos de la provincia por no haber concurrido a la contramarcha convocada por el Gobierno para el 22 de marzo pasado; o la grosera reprimenda del propio Correa a la Asamblea Nacional, más concretamente a sus coidearios, llamándolos al orden para que se abstengan de realizar exhortos al Ejecutivo, o lo que es lo mismo, que se dejen de veleidades queriendo fiscalizar a quien ostenta la majestad del poder y a su intocable corte. Más allá de lo anecdótico y del pobre concepto de democracia que practican las autoridades, casos como estos dan cuenta que el país se administra con los órganos ubicados del estómago hacia abajo. La improvisación, apresuramiento y falta de criterio se han vuelto una constante en altos funcionarios acosados por el estrés, debido en gran medida a la presión y al inexorable “va porque va”, consigna que debe cumplirse a rajatabla, por inviable, inconveniente o absurda que sea. Lamentablemente la posibilidad de reconocer equivocaciones son ejercicios inadmitidos en todos los niveles de dirección gubernamentales debido a que están bloqueados los caminos a la autocrítica y la propuesta.
Esta rudimentaria forma de
gobierno da cuenta que Alianza País, igual que otros movimientos que en su momento
tuvieron aceptación popular, se sostiene en una estructura piramidal coronada
por el Presidente, y a sus pies, fieles vasallos que torpemente tratan de
interpretar los devaneos y caprichos de su líder. Para ello, no es necesario estructurar
lineamientos doctrinarios-programáticos consistentes con la propaganda gubernamental
que habla de una cierta revolución. Las adhesiones al movimiento están ligadas
a la figura del caudillo en detrimento del sustento ideológico, lo cual, si
bien coyunturalmente permite capitalizar el voto de un sector del electorado
seducido por la imagen presidencial, dicha adhesión está supeditada a una
temporalidad llamada Rafael Correa. Temas fundamentales vinculados a cualquier
programa de inspiración socialista como la reforma agraria continúan siendo un
enunciado postergado quien sabe si hasta el fin de esta aventura. Pese a los
cacareos nacionalistas de recuperación de la soberanía, los principales recursos
estratégicos (telecomunicaciones, hidrocarburos y minería) han sido entregados generosamente
a compañías transnacionales, mientras banqueros y financistas día a día
engordan sus arcas a costa de la vorágine consumista propiciada por un ilusorio
auge económico atado al alto precio del petróleo y al poco claro crédito chino.
En los últimos tiempos se ha
hablado de la derechización del gobierno. Quienes así opinan se olvidan que si
bien Correa llegó tomado de una mano por sectores progresistas, con la otra se
sostenía de emisarios de la derecha más retrógrada, los llamados “pragmáticos” o “ejecutores” que ocupan puestos claves en el gabinete. Luego que
varios movimientos de izquierda se excluyeron, Correa ha tratado de llenar ese
espacio con dirigentes de sectores poblacionales pauperizados, que movilizan gente
durante las sabatinas o cada vez que el Presidente quiere darse un baño de
popularidad. En este juego maniqueo y utilitario todos se declaran
revolucionarios, desde los rezagos del socialismo oportunista en la Asamblea,
hasta los áulicos cercanos al caudillo. De esa manera se mantiene la esperanza
de quienes creyeron en un proceso de cambio a la vez que se disipan resquemores
del empresariado y la banca. Otro signo de la acrobacia correísta es su
silencio ante la nacionalización de Repsol por el Gobierno argentino y de la
Transportadora de Electricidad en Bolivia, contrario al apoyo recibido por
otros países del ALBA. Claro, una cosa es ser “revolucionario”, lo cual se
logra inclusive cambiando el guardarropa, y otra ser socialista. Aquí encaja
perfectamente aquella frase según la cual los politiqueros no tienen
convicciones, sino conveniencias. Da ello da cuenta la conjunción de supuestos
contrapuestos tratando de sostener al caudillo el tiempo que su popularidad lo
permita, usufructuando cada cual de la parcela que le fuera asignada,
administrada sin prejuicios éticos ni jurídicos, convencidos que el fin
justifica los medios.
En un ejercicio acorde a su
naturaleza política hemos visto a la dirigencia de AP empeñada en demostrar la
fuerza movilizadora de la organización utilizando la tarima y las marchas como
ensayo para su próxima campaña electoral. Sin embargo, como dice Correa, no hay
que engañarse, en una sociedad afecta al clientelismo las movilizaciones
indiscriminadas más que certezas generan dudas sobre el apoyo y las reales
motivaciones de los convocados. Exceptuando algunos segmentos de seguidores fanatizados
(los tonton macoutes criollos) y de quienes concurren esperanzados en
determinados ofrecimientos, buena parte de funcionarios públicos y muchos de
los movilizados por autoridades y dirigentes barriales, por más que agiten
banderas, levanten pancartas o reciten consignas, no entran en esa categoría de
absoluta incondicionalidad que requiere Alianza País. Están ahí simplemente por
conveniencia o porque “los llevaron”, y bien sabemos que movilizar masas no es
nada difícil si se dispone de recursos, más cuando se está en el poder; por
tanto, esa misma gente que hoy se moviliza por AP, mañana lo hará por otro
movimiento político, porque para eso están, porque no tienen compromiso ni
identidad ideológica.
Sin embargo, todavía quedan algunos
adherentes al proyecto inicial de Alianza País esperando que la propaganda y la
retórica (orientadas a introducir en la
población consignas y destacar acciones vinculadas a planes de inversión, que
miden el éxito por la cantidad de obras ejecutadas, reduciendo lo político a lo
funcional) den paso a procesos más complejos direccionados a profundizar el
cambio estructural y el modelo político de gestión. Esta misma gente, seguramente siente vergüenza que el gobierno para
lograr mayoría en la Asamblea establezca acuerdos que traspasan los linderos
de la ética, pactando con politiqueros igualmente inescrupulosos que entregan
su voto a cambio de prebendas, práctica atribuida a la partidocracia y aparentemente
repudiada por el propio Correa. No obstante, la gran mayoría de representantes
de ese movimiento, caracterizados por su mediocridad y sometimiento, guardan
conveniente silencio y se allanan a las maniobras del número uno en procura de ser
tomados en cuenta para las próximas elecciones. Esta política mimetista relativiza
los principios en favor del inmediatismo, por lo que terminan pareciéndose a
aquello que decían combatir.
Como vemos, el supuesto proceso
revolucionario es un cuento chino. En lo político Correa y su corte replican el
mismo modelo populista vivido durante décadas, con la única
diferencia que al contar con abundantes recursos provenientes del alto precio
del petróleo se ha intensificado el asistencialismo. Otro elemento del modelo
correísta que desmiente la supuesta revolución es que no existe una efectiva participación
popular en la gestión de gobierno. En lo laboral los trabajadores públicos han
experimentado una agresiva política de despidos apelando a las más variadas
justificaciones, desde infames acusaciones de corrupción, hasta supuestas
reingenierías administrativas. En el fondo no es otra cosa que una perversa
maniobra para desvincular funcionarios con ciertos años de servicio y reclutar
jóvenes agradecidos al servicio del correismo. En lo económico, si bien se han
destinado importantes recursos a la inversión social (vialidad, salud,
educación) se ha descuidado el aparato productivo, base del
sustento económico. El gasto público que se alimenta del ingreso petrolero y
préstamos chinos devela la visión inmediatista de un gobierno dispuesto a disipar
hasta el último centavo sin considerar previsión alguna ante posibles crisis o
sucesos imprevistos. Desviaciones y contradicciones entre los enunciados
supuestamente revolucionarios y una política que concentra sus esfuerzos de
crecimiento sustentado en el extractivismo como solución a todos los males de
la sociedad sin considerar los costos sociales y ambientales, tales como la afectación
a las comunidades, la depredación de los recursos naturales y la contaminación,
a la vez que facilita las condiciones para que bancos y capitales financieros
sigan creciendo a costa del bienestar ciudadano, con lo cual, la brecha entre
ricos y pobres, así como la concentración del dinero en pocas manos es cada vez
mayor. ¿Esto es socialismo?
El camino hacia el cambio
prometido por el correismo no es sino un cenagoso sendero, carente de sustento ideológico, que conduce a la
consolidación de un proyecto totalitario, que se ufana de un triunfalismo electoral
que más que mérito propio es consecuencia de la inmovilidad, dispersión,
incapacidad para lograr consensos y falta de liderazgo de la oposición.
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