Tomado de: La Página de Bayly, Perú 21
Artículo para el disfrute y la polémica. Mordaz (auto) crítica al oficio del periodista, "odiadores de las matemáticas", "seguidores de charlatanes y afiebrados que se pelean por el poder (los políticos), de unos alocados que se ganan la vida persiguiendo una pelota (los futbolistas), a unos enfermos de narcicismo y egolatría, expertos en payasadas chillonas y putañeras (artistas de la farándula), de hampones y rufianes (delincuentes), y de mujeres que muestran los pechos o las nalgas (las vedettes)"
Sabe a duras penas lo que no quiere estudiar: matemáticas, las odiosas matemáticas que lo han torturado todos los años del colegio y de las que cree haberse emancipado para siempre. Detesta las matemáticas porque le recuerdan su ineptitud para entenderlas, las precisas limitaciones de su inteligencia.
El hombre piensa: estudiaré leyes, no es tan difícil, es cosa de tener buena memoria, con un poco de suerte en unos años seré abogado y me ganaré la vida en algo que nada tenga que ver con las matemáticas.
Como es muy joven y no menos tonto, ignora algunas cuantas cosas: para ser abogado en esa universidad hay que aprobar varios cursos de matemáticas; las leyes de las matemáticas son duraderas y universales, las de su país las cambian a su antojo los dictadores de turno; la mayor parte de los abogados que hacen dinero son los que defienden a los bribones; la fuente del derecho es el dinero, tal es el caso al menos del lugar en el que nació y se ha propuesto ser abogado el joven imprudente.
Pocos años después, el hombre ha fracasado. Como casi todos los que fracasan, se consuela pensando que son otros los culpables de su derrota personal. La verdad, sin embargo, es sencilla: no ha podido aprobar los cursos de matemáticas, no ha sido suficientemente inteligente para sortear esos escollos, ha sido reprobado por los profesores de esas leyes abstractas e inapelables que son las matemáticas, por eso ha sido separado de la universidad, ha sido expulsado de ella, dado de baja. Es una humillación para él. Al mismo tiempo, es la confirmación de que lo suyo no son los números, las ciencias exactas, el estudio de las cantidades en abstracto: percibe a las matemáticas como un campo de concentración y tortura del cual hay que escapar de cualquier manera y sin saber adónde ir, con la clara determinación de huir de ellas, de ese tormento minucioso.
Al mismo tiempo, y por razones atribuibles al azar y no a su voluntad, el joven ha encontrado trabajo como periodista. El periodismo le parece un oficio conveniente, divertido, hecho a su medida: por lo visto, para destacar en él hay que disfrutar del chisme (inventarlo o esparcirlo o aderezarlo de una cuota maliciosa de ficción), hablar en tono engolado (no necesariamente pensar: pensar aburre en el gremio de los periodistas, provoca dudas, lagunas mentales), nadie exige unos mínimos conocimientos matemáticos, el periodista se pasa la vida “dando las noticias” o “comentando las noticias”, es decir hablando de cosas que ocurren a su alrededor, generalmente nimiedades, tonterías, banalidades, chismes de aldea, de parroquia, de callejón, chismes que pasan por “noticias” y que no son otra cosa que el relato exagerado (a menudo tan exagerado que ya bordea la falsedad) de lo que les pasa (lo malo que les pasa: lo malo interesa mucho más que lo bueno) a otros sujetos, a los famosos, a los que salen en los periódicos y los noticieros de la televisión.
¿Quiénes son esos otros, los famosos, que hacen las noticias, que las estimulan, que salen en las portadas de los diarios, aquellos de los que el periodista se gana la vida hablando? No son los médicos que salvan vidas ni los científicos innovadores, no son los empresarios laboriosos y discretos ni los artistas solitarios que huyen de la exposición pública: son unos individuos charlatanes y afiebrados que se pelean vanamente por el poder (llamados “los políticos”), unos muchachos alocados que se ganan la vida persiguiendo una pelota, pateando una pelota, tratando de meter una pelota en un orificio imaginario (llamados “los futbolistas”), unos enfermos de narcicismo y egolatría, expertos en simular sonrisas falsas y hacer payasadas chillonas y putañeras (llamados “los artistas de la farándula”), los hampones y rufianes (llamados “los delincuentes” o “gentes de mal vivir”, grandes proveedores de noticias) y las mujeres que muestran los pechos o las nalgas y son dóciles o flexibles para hacerse fotografías hincadas de rodillas, exhibiendo el trasero (llamadas “las vedettes”).
Todas esas personas que hacen las noticias o que las originan o que salen continuamente en ellas (los políticos, los futbolistas, los artistas de la farándula, los delincuentes, las vedettes) tienen, sin saberlo, una cosa en común con el fallido abogado que es ahora lenguaraz periodista: no saben nada de matemáticas, no son capaces de entenderlas, sus cabezas están negadas para esa forma superior de inteligencia, son entonces los que han escapado atropelladamente y en tumulto de las matemáticas, los que han encontrado una manera de ganarse la vida huyendo de las matemáticas como quien escapa de unos gases tóxicos, asesinos.
El periodista, joven al fin y al cabo, se cree muy importante porque “da las noticias” o “comenta las noticias”, pero, ensimismado, embriagado por los elogios de los adulones, no advierte que esas historias truculentas y rastreras y aldeanas que él llama “noticias” son, en realidad, chismes, cotilleos, habladurías provincianas, boberías, ridiculeces, cosas que carecen de importancia y que al cabo de un año ya nadie recordará y que a cualquiera fuera de esa aldea polvorienta le parecerían exactamente lo que son: pura chismografía barata.
En la cumbre de su carrera (si a ese oficio hablantín y conspirativo podemos llamar una carrera), no sabe el periodista que es solamente un chismoso, un intrigante, un hombrecillo derrotado por las matemáticas, como no saben los que se creen bien informados (esos que leen las noticias o las ven en la televisión, sin asomarse nunca a formas menos superficiales de conocimiento de la realidad) que son ávidos consumidores de chismes, eternos seguidores apandillados de los enemigos de las matemáticas: los políticos, los futbolistas, los artistas de la farándula, los delincuentes y las vedettes (cinco oficios que raramente son incompatibles entre sí).
Años después, el periodista es considerado un hombre de cierto éxito y ha amasado una pequeña fortuna. ¿Cómo lo ha conseguido? Hablando de los demás. ¿Hablando bien de los demás? No: hablar bien de los demás no es noticia, lo que interesa “periodísticamente” es hablar mal de los demás, burlarse de ellos, escarnecerlos, zaherirlos, dejarlos en ridículo. Pero aquellos de los que el periodista se ha mofado y ha hablado tan mal (los políticos ramplones, los futbolistas borrachos que mean en las calles, los artistas de la farándula que nunca han leído un libro y solo hablan obsesivamente de sí mismos, los maleantes y malandrines, las mujeres que posan en ajustados trajes de baño) no son peores que él, son tan idiotas como él o a veces menos idiotas que él, y sin embargo son esas personas las que, peleándose por el poder o por una pelota o por salir en la foto o por ganar un dinero fácil burlando la ley, han dado sentido a la existencia del periodista, quien, sin darse cuenta, y creyéndose muy importante, se ha pasado la vida hablando de “los personajes que hacen noticia”, que ni son personajes (porque son una pandilla de necios) ni hacen de verdad noticias de un cierto vuelo global (porque lo que hacen solo importa a ciertos individuos aturdidos que habitan esa aldea en la que la niebla sume a la gente en la confusión y la abulia).
Rico y aburrido y resignado al oficio con el que se ha ganado la vida, el periodista piensa: mi vida ha sido inútil, menor, deleznable, la he malgastado hablando tonterías y escribiendo memeces, solamente soy un chismoso, un intrigante, un hombrecillo derrotado por las matemáticas y las leyes de la lógica. Luego abre los periódicos para enterarse con gran deleite de los últimos chismes de la política, el fútbol y la farándula, porque nada más le resulta vagamente interesante. Qué trabajo tan maravilloso este de ser periodista, piensa, hurgándose la nariz con un dedo, enojándose porque son otros y no él los que salen en los periódicos.
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