En un intento por sepultar los fantasmas del pasado, la nueva Constitución impulsada por el movimiento de Rafael Correa cambió el nombre al recinto donde se fabrican las leyes para asegurar el control hegemónico del Estado y de la economía, llamándolo Asamblea en lugar de Congreso. Adicionalmente se invirtieron varios millones de dólares en remodelar el edificio y renovar su equipamiento, gasto que de paso no estuvo libre de suspicacias respecto a la pulcritud de su utilización.
El pasado domingo 31 de julio estuvieron convocados los asambleístas para renovar sus autoridades. Como ya es costumbre, tanto oficialismo como oposición se declaraban por anticipado triunfadores, pues decían contar con los votos suficientes para asegurar la dirección de ese organismo. Días antes Correa había amenazado con disolver la Asamblea mediante la denominada “muerte cruzada” si no era reelecto su candidato.Pues bien, llegado el día, se dieron cita los 124 asambleístas, todos luciendo sus mejores galas, muchos de ellos trasnochados debido a las negociaciones que según decían habían durado hasta la madrugada. Instalada la cesión y luego de las formalidades de rigor, se dio paso a la elección de las dignidades. Como de costumbre, algunos aprovecharon el momento para pronunciar fogosos discursos, al viejo estilo congresil, interrumpidos unas veces por aplausos y otras por abucheos. Previo a las votaciones el movimiento era frenético buscando convencer a última hora a los indecisos y a quienes daban muestras de debilidad.
Al final, en medio de reclamos e incidentes fue reelecto el representante del Gobierno. Obtuvo 60 votos frente a 59 de su opositora. Para llegar al número mágico de 63 que representa la mayoría, se sumaron 3 votos en blanco de asambleístas que hasta momentos antes pertenecían a las bancadas de oposición. Los fantasmas de las negociaciones, de las entregas de partidas presupuestarias y de cargos en dependencias públicas estaban presentes. Las proclamas de nunca más repetir las prácticas de la “partidocracia” cedían ante los apetitos desmedidos de poder. Esto es una demostración fehaciente que por encima del intento descalificador a la vieja política, de la trillada defensa del honor y la ética, y del supuesto combate a la corrupción, predominan intereses particulares y de grupos, delirantes por controlar el aparato estatal y fundamentalmente los sectores económicos estratégicos, ciertamente que ello no sería posible sin disponer del marco legal propicio y de una justicia dúctil.
En fin, mientras el pueblo pida circo, conceptos como ciudadanía y democracia, hoy vaciados de contenido, tendrán que seguir esperando el momento en que sean revalorizados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario