Leer Los Miserables en pleno siglo XXI es perder el tiempo sino se tienen presente el frío y el hambre de quienes ahora mismo están en la calle buscando qué comer, pidiendo o robándose algo.
Para
que su lectura no se convierta en el simple retrato de un momento histórico hay
que sentir las calamidades ajenas, hay que entender que todos los
hombres somos iguales, que somos parte de la misma humanidad y que la salvación
del alma y la libertad están por encima de cualquier ley escrita sobre papel.
Quincena. La familia va al
centro comercial a comprarle el vestidito
a la menor y a comer hamburguesas. Una de pollo
sin salsas, otra doble carne y dos normales.
Por Héctor Luis González
Se sientan a comer. Tienen hambre. Están de mal
humor porque hay demasiada gente. La matrona se queja del servicio
mientras se sienta y se lleva una papa frita a la boca: “Esto ha decaído, antes
te atendían mejor”.
Un niño flaquito como de siete años se
acerca a la mesa donde comen los miembros de la familia. Su presencia los
incomoda. Se miran los unos a los otros y todavía el infante no dice nada. Les
molesta tener que comer con ese niño allí velándolos. “No tenemos real”, dice
la matrona. El niño se queda un ratico más como esperando un pedacito de algo,
pero hay muchas otras mesas con gente, y se va.
“No hay que darles dinero, porque
después los mal acostumbras”, palabras mágicas de matriarca, mágicas
porque permiten a los miembros de la familia seguir comiendo sin sentirse mal.
A partir de momentos así, palabras como esas se vuelven un comodín con
respaldo moral para decir no a una solicitud de ayuda por hambre.
Cuando tenemos hambre nos sentimos
realmente mal, cuando tenemos hambre y no comida ni dinero para comprarla nos
sentimos peor, cuando tenemos hambre y nuestra familia también, queremos morir.
De cada seis personas que habitan el
planeta, una no comerá hoy. El dato es alarmante sobre el papel, pero incómodo
junto a la mesa del restaurante.
Leer «Los miserables» en pleno siglo XXI
es perder el tiempo si no se tienen presente el frío y el hambre de quienes
ahora mismo están en las calles buscando qué comer, pidiendo o robándose algo.
Para que su lectura no se convierta en
el simple retrato de un momento histórico hay que sentir las calamidades
ajenas, hay que meterse en el coco que todos los hombres somos iguales, que
somos parte de la misma humanidad y que la salvación del alma y la libertad
están por encima de cualquier ley escrita sobre papel.
La historia de los oprimidos
La novela es una de las obras más famosas
del escritor Víctor Hugo y quizá la más emblemática del romanticismo francés.
El autor enumera directa e indirectamente acontecimientos históricos y narra
cómo eran las vidas de los oprimidos mientras los poderosos se repartían el
mundo, libraban batallas o cambiaban a capricho la historia.
«Los miserables» explora la condición
humana tan profundamente como solo algunas obras de Shakespeare pudieron antes:
metiendo a buenos y a malos en un mismo saco y haciéndolos hijos de sus
circunstancias, seres que no son y que van siendo, personajes capaces de
arrepentirse: humanos.
Sin embargo, la lucha del libro es entre
el bien y el mal. Jean Valjean se ve obligado a robarse un pan en medio de la
desesperación de no tener con qué alimentar a su hermana viuda y a sus sobrinos.
Lo atrapan. Es condenado por romper la
vitrina de una panadería. Se escapa una y otra vez de la cárcel y la pena
aumenta. Termina pagando 19 años. Le arrancaron la vida por un pan.
Ya es viejo cuando sale de prisión. Se
ha vuelto un animal que solo es capaz de sobrevivir. No piensa, actúa. Un
hombre quiso ayudarlo, pero aquello le pareció tan raro que decidió robar a su
benefactor. La policía atrapa a Jean Valjean una vez más:
-¡Este
convicto lo robó!
-¿Me robó?
-¡Sí! Lo
capturamos saltando la verja de su casa con un saco lleno de objetos.
-¡No! Se equivocan: yo le regalé todas
esas cosas. Es más, se le quedaron otras. Tenga, amigo mío, váyase
con Dios.
Jean Valjean no comprende. Está a punto
de enloquecer. ¿Por qué me ayuda? Esto duele. No entiendo nada. El hombre al
que robó le dice algo al oído. Le pide que cambie su vida para siempre. Han
comprado su alma. A partir de ese momento el ladrón se vuelve santo aunque para
todos siga siendo escoria.
El bueno, el malo, el mismo.
El otro personaje principal de la novela
es Javert, el legalista. La representación de la Ley. Cumplir con el deber a
costa de cualquier cosa.
Javert es el enemigo de Jean Valjean, a
quien persigue durante 20 años sin parar. Juntos son el lobo y la presa, el
policía y el ladrón, antónimos.
Pero Víctor Hugo sacó ambas
personalidades del mismo sujeto real: Eugí¨ne-Franí§ois Vidocq, ladrón que se
volvió policía y reformó el sistema de Seguridad Nacional en Francia.
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