Hasta hace algunos años, captar el poder
era un sueño que muchos idealistas de izquierda iban forjando día a día con la
militancia, el estudio, a veces en alguna clandestina -eso se creía- vivienda,
o bien al calor de largas y sesudas discusiones en un café o bar de medio pelo.
Ahí, obreros, maestros, dirigentes estudiantiles, escritores, teatreros y
músicos, creían estar sentando las bases de un futuro luminoso en el cual el Estado
sería dirigido por la clase proletaria. Entre el material básico de consulta no
faltaban el Manifiesto Comunista, Del Socialismo Utópico al Socialismo
Científico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado; Materialismo
y Empirocriticismo, Apuntes Críticos a la Economía Política, y
otros. A propósito, es curioso que este material, luego de tantos años, continúe
siendo estigmatizado y que algunos de sus posesionarios estén acusados de
terrorismo y subversión. En todo caso, el objetivo no era otro que la
construcción de un Estado sin pobres ni ricos, equitativo, en donde todos tuviesen
las mismas oportunidades y la posibilidad de acceder a los bienes y servicios
necesarios para disfrutar de una vida digna. Pero luego llegó el neoliberalismo,
y poco a poco el consumismo fue desvaneciendo los ideales y mutando los valores
éticos por antivalores que crearon el paradigma del éxito, concepto que llevado
a su mínima simplificación está vinculado al reconocimiento social y la riqueza
material; y hacia allá se enfilaron todos los esfuerzos, a formar individuos
exitosos, con riqueza, poder y fama, algunos devenidos en políticos arribistas
despojados de toda atadura moral.
Hay quienes todavía recuerdan las
campañas electorales que siguieron a las dictaduras de la década de los 70s del
siglo pasado, así como los congresos de aquella época; Congresos que, por temor
a ser acusados de defensores de la partidocracia, no pocos evitan compararlos con
los de los últimos tiempos. Es verdad que la mayoría de partidos -como ocurre
hasta ahora- se identificaban por su carácter caudillesco y que entonces como
hoy sus representantes congresiles eran escogidos a dedo; no obstante, inclusive
personajes pintorescos y chabacanos por mucho superaban a cualquiera de los y
las actuales padres y madres de la patria, no solo por sus notables dotes
oratorias, sino por el derroche de conocimientos expresados en ponencias que
constituían verdaderas cátedras jurídicas. Personajes que, no obstante su
origen, difícilmente habrían aceptado se los reduzca a meros espectadores o
simples encomenderos. Dadas las condiciones de infraestructura del país y del
precario estado de las comunicaciones, sin duda que aquellas campañas no solo
implicaban un mayor esfuerzo físico y de logística de los candidatos, sino que
demandaban un trabajo en donde la participación de las bases se movía, no necesariamente
por la propaganda o los subsidios, sino por el trabajo de la dirigencia, y en
ciertos casos, como ocurría con los Partidos de izquierda, por el
convencimiento de la militancia.
Hoy, es penoso ver el grado de degradación
al que ha descendido la praxis política. No se discuten ideas, menos principios,
únicamente se observa una carrera desenfrenada por ocupar el sillón
presidencial. Por ningún lado se escuchan propuestas, tan solo
descalificaciones y ofertas populistas. Así las cosas hay quienes se preguntan:
¿tanto desgaste y sacrificio será solo por amor a la patria? A los más viejos, experiencias anteriores los
han vuelto tercamente escépticos, en tanto que los más jóvenes empiezan a dudar
de tanto patriotismo. Si, como dicen, el poder entontece al más equilibrado,
imagínense qué efectos producirá manejar miles de millones de dólares; dinero
que durante la campaña se jura y rejura cuidar celosamente, pero apenas se
accede al poder se lo malgasta con la misma generosa irresponsabilidad con que
lo hace un borracho en una cantina.
Ahora, más que nunca, se ha puesto de
manifiesto un fenómeno que amenaza con terminar con el poquísimo prestigio de
la Asamblea. Gente de farándula, futbolistas, cantantes, animadores,
comentaristas deportivos, ‘talentos’ de televisión y radio, se convirtieron en
las figuras más cotizadas por los partidos y movimientos políticos para
incorporarlas a sus listas. Prácticamente están al arranche de estos personajes,
lo que evidencia el ningún trabajo de formación política en los partidos que
conduce a la crisis de cuadros. Si nos quejamos del pobre nivel de
representantes que hemos tenido durante los últimos años, imaginemos lo que nos
espera los próximos cuatro. La Asamblea literalmente se convertirá en un circo
lleno de vivos, en donde en combo se irán con todo. Veremos ridículos combates y, de seguro, muchos golazos a la democracia, todo esto amenizado,
según el gusto de los honorables, con música rokolera o chichera. Esta debacle únicamente se puede entender a la
luz de la máxima: “el fin justifica los medios”. El fin es el delirio por captar el poder, el manejo de los recursos
del Estado; los medios, la utilización de cualquier arbitrio que induzca a un
gran sector del electorado -sin educación cívica, menos política- a votar en
favor del candidato que más circo ofrezca. Como en tiempos del imperio romano, el
pueblo todavía se alimenta de pan y circo. El pan está más o menos asegurado
con el ‘bono de desarrollo humano’, el circo lo pondrá la Asamblea.
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