lunes, 23 de enero de 2012

Entre el abuso y la indiferencia

Se acerca la campaña electoral y la “revolución ciudadana” invoca el favor popular para una futura reelección del caudillo, promocionando nuevas carreteras, algunos remozados hospitales, unas pocas escuelitas del milenio, dos o tres puentes, y una larga fila de infortunados beneficiarios de un bono de treinta y cinco dólares, llamado de “desarrollo humano", con los cuales dice la propaganda oficial, se ha sacado de la extrema pobreza a miles de compatriotas. Además, se recurre a los números para hacernos acuerdo que ningún gobierno en la historia de la república “invirtió” tanto en el sector social, que nunca los hospitales atendieron a tanto enfermo, que se incrementaron cientos de plazas de policías, que se repartieron incontables sillas de ruedas, y su logro máximo, una nueva Constitución, hoy vista por sus autores como demasiado restrictiva para sus intereses totalitarios, de ahí que en tan poco tiempo sea la más violada en nuestra historia republicana.



Junto a la promoción del cuestionando desempeño gubernamental, la estrategia “revolucionaria” pretende sacar ventaja del natural pesimismo nacional alentado por una década de inestabilidad política. Para ello, durante cinco años la verborrea oficial, utilizando todos los medios, se ha encargado de desprestigiar a los partidos y sus dirigentes, hasta vaporizarlos, pretendiendo llenar ese espacio con el movimiento oficialista, un membrete que sirve para cumplir formalismos legales y darle un barniz aparentemente democrático al liderazgo del caudillo. Es de esperarse que para la enésima campaña en este período se convocará a una “convención” partidaria, en donde por aclamación las huestes “revolucionarias” elegirán como candidato a nuestro Kim criollo, quien ante la presión de sus fanáticos no tendrá otra opción que sacrificarse nuevamente por el bien del país y de los pobres, a los que tanto ama.


Muchos se preguntan ¿qué es lo que realmente persiguen quienes dirigen este proyecto con tanta vehemencia, de forma delirante, al punto que no les importa acabar con la democracia y las más elementales libertades? La respuesta es de una simpleza brutal: poder. Y con el poder el manejo de los recursos del Estado. Exactamente lo mismo que bajo diversas formas han buscado todos los regímenes totalitarios del planeta. El somnífero aplicado a través de la cansona propaganda pretende hacernos creer que el descontrolado gasto presupuestario se está invirtiendo en la redención de los pobres y en el ferviente deseo de servicio a la patria. Pura falacia, los pobres que pese a los artificios estadísticos constituyen más de la mitad de la población, seguirán sumidos en esa profunda fosa de miseria y marginalidad donde muchos por generaciones sobreviven y de la que no se les permite salir ya que sin pobres no funciona el populismo y sin populismo no tiene eco la retórica caudillista. Bien conocido es que esta clase de regímenes priorizan el gasto clientelar que asegura el voto emocional de las masas por sobre la inversión que, a futuro, sustente el desarrollo mediante el fomento y la diversificación de producción.


Factores mencionados como la propaganda y la política clientelar han logrado sumir en el letargo a la masa, a quien -al menos por ahora- poco importa el rumbo que ha tomado esta “revolución” cuyos tentáculos controlan la Asamblea, un escenario de marionetas, cuya única función es levantar la mano cada vez que les ordenan aprobar una ley; una Función Judicial timorata, plagada de jueces mediocres dispuestos a satisfacer los designios del poder mediante actuaciones vergonzosas carentes de juridicidad; la autoproclamada Corte Constitucional salpicada por escándalos de corrupción, en cuyas manos la Constitución corre más peligro que niño al cuidado de un pederasta; el Consejo Electoral, dirigido e integrado por militantes sin carné del movimiento oficialista; además de una larga lista de organismos del Estado, todos bajo el control intimidatorio de quien se dice jefe de todas las funciones. Así las cosas, se explica por qué nadie fiscaliza, por qué los grandes contratos se entregan sin concurso, bajo declaratorias de emergencias o régimen especial, o que a través de contratos crediticios de usura, manejados como secretos de Estado, se haya hipotecado nuestro principal recurso -el petróleo- al imperio asiático. A propósito de esto, con excepción de unos pocos, a casi nadie le interesa conocer quiénes salieron beneficiados con estos negocios, qué papel jugaron los diligentes Ministros “ejecutores” del régimen, quién se llevó el “fee”, si las negociaciones se hicieron en forma transparente, si se pagó el justo precio por las obras, o si las empresas orientales impuestas por el prestamista pusieron el precio que les dio la gana. 


Imagínense, si cosas materiales, tangibles, no interesan al hombre de la calle, menos puede preocuparle el quiebre democrático a que conduce el deterioro de la institucionalidad, la restricción de las libertades y la penalización de la protesta. Democracia, es un concepto impreciso, vago, que por obra y gracia de la desconcientización a que ha conducido la “revolución ciudadana”, está inexplicablemente en contraposición con la acción ejecutora del gobierno. Ella, dice la clientela populista, no construye carreteras, escuelas, hospitales, menos les da de comer, lo que por el contrario, aparece como un logro del nuevo Mesías, cuya figura se exalta día a día, sábado a sábado, en costosísima propaganda y espectáculos circenses, al que es convocado el devoto pueblo para escuchar una liturgia plagada de insultos y descalificaciones.  





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