Uno de los cambios que trajo la “revolución” es un nuevo modelo de funcionarias y
funcionarios públicos. Hoy las entidades están saturadas de jóvenes directivos 35-0,
no más de 35 años y cero experiencia. Siempre atareados, no se dan abasto, con
dos o más blackberrys, la inseparable laptop, iPads y tablets. Llevar a cuestas
todos estos equipos se considera signo de estatus. Rozagantes, elegantemente
vestidos con ropa adquirida durante sus aburridos viajes fuera
del país, fácilmente se distinguen del resto de empleados. Muchos van al
gimnasio, hacen pilates, acuden al spa, manicure una vez por semana. Asiduos
visitantes de la zona rosa, gustan de tomar coctelitos, tequila o algún otro
licor de moda.
Con ellos, se ha institucionalizado
la permanencia en las oficinas más allá del horario regular. Quien trabaja ocho
horas diarias es visto como vago y falto de compromiso. Permanecer dos, tres, o
más horas luego de concluida la jornada contribuirá a reforzar la imagen de
entrega, sumisión e incondicionalidad que exige la revolución. Aquello, al
igual que decir ‘sí’ a todo cuanto se le pida, independientemente de si es
ilegal o antiético, es parte de lo que se conoce como “ponerse la camiseta”. Y
claro, a los jóvenes burócratas no les fue difícil adaptarse a estas
exigencias, de ahí que mientras el resto da por concluida la jornada, ellos
recién inician otra reunión. Y así trascurren sus vidas, de reunión en reunión,
una más insustancial que otra. Eso sí,
de cada reunión deben obtener un “producto” que pasado a power point será
presentado a la máxima autoridad, donde lo más seguro es que reciban una
puteada que los vuelva a la realidad y les recuerde que nadie, con excepción del
jefe, es perfecto. El nirvana estos jóvenes lo alcanzan cuando la autoridad los
llama por su nombre de pila, les da una palmadita en la espalda o pide
colaboración para involucrarlos en algún chanchullo.
Mención especial merece la aparición
en escena de un gran número de mujeres en puestos de relevancia. ¿De dónde
salieron? Se escucha que andaban por ONG's, en redes de mujeres, haciendo un
posgrado, en fin… Mujeres que dotadas de cierta autoridad son el terror de las
oficinas. Es impresionante observar como la sensación de poder puede transformar
un apacible valle en un volcán, ¡qué digo volcán!, en un cataclismo grado 10, de
consecuencias impredecibles. Con decirles que ni siquiera sus congéneres se
salvan. Estas mujeres, hiperactivas, en vigilia constante, están en todo, quieren
acaparar varias tareas a la vez. Su obsesión por destacar las vuelve altamente competitivas,
lo que sumado a las limitaciones en el conocimiento de ‘todo’, como ellas quisieran, las torna peligrosas en extremo, más
si alguien se atreve a invadir su espacio celosamente marcado, las contradicen,
o evidencian sus errores.
Pero no todo es color de rosa en
estos círculos que rodean al poder. Existen ciertas cosas que de tanto en tanto
los atormenta. Una de ellas es la ejecución del plan operativo anual y posterior
evaluación por resultados. Es que el futuro de la autoridad y por extensión de “su
equipo”, dependen de la ejecución de ese plan. En realidad es una especie de
prueba para comprobar cuánta habilidad tienen los funcionarios para gastar la mayor
cantidad de recursos. El desempeño en el sector público se mide por una simple
ecuación (más gasto = mayor eficiencia). De ahí que los últimos meses del año
la administración entra en una suerte de paranoia contratando a diestra y
siniestra. La consigna es gastar, gastar y gastar hasta que el saldo
presupuestario sea lo más próximo a cero. En ese frenesí en que todo es
emergente, se saltan procedimientos, se tuerce la ley, se inventan proveedores,
florecen los talleres de capacitación, seminarios, etc. Es la época en que los
más antiguos sacan a relucir todas sus artimañas para complacer al jefe,
mientras los jovencitos sienten dolores de parto rindiendo cuentas sobre el
avance de los proyectos. Lo que la mayoría ignora es que la obsesión por firmar
contratos responde a otra ecuación (más contratos = más ingresos).
En beneficio de estos jóvenes es
necesario decir que su comportamiento obedece a un instinto natural de
conservación y supervivencia. No les queda otra. En estos tiempos quien se pone
legalista o no se alinea con el “proyecto” está automáticamente fuera. Su
concurrencia a marchas, contra manifestaciones y concentraciones, no son sino
actividades que deben cumplir como buenos soldados. No entienden palote de
política, menos han leído el manifiesto del movimiento; no importa, simplemente
deben estar con la “revolución” y atender las disposiciones de las oficinas de
recursos humanos, convertidas en centrales de campaña y reclutamiento. Estos
chicos forman parte de la imagen de “renovación” que quiere proyectar el poder,
igual que la nueva Constitución, nuevas leyes, nuevas carreteras, nuevo
armamento… Son el relevo a funcionarios con ciertos años de servicio que, en
unos casos, bajo grotescas e infundadas acusaciones; y en otros, apelando a una
mañosa ley de servicio público, son obligados a renunciar.
En resumen, junto a la sostenida
campaña en contra de los partidos políticos a fin de instaurar un nuevo partido
único; igual que el mañoso nuevo órgano electoral, que validará nuevas reelecciones; igual que lo sucedido con la nueva Función Judicial, dependencia
donde se procesa a opositores y disidentes; igual que la nueva Policía Nacional
atrapada entre la infructuosa lucha antidelincuencial y la sinuosa manipulación
política, lo que se pretende a través del enorme aparato estatal es tener el
control absoluto y, de paso, contar con un inmenso ejército de servidores
dispuestos a defender al Gobierno, y sus
cargos.
¿Qué pasará con este ejército de jóvenes
cuando acabe la aventura “revolucionaria”, que de revolucionaria tiene muy poco y sí bastante de populismo, caudillismo, clientelismo, autoritarismo,
concentración de poder, uso indiscriminado de recursos, abuso e intolerancia?
No lo sé, Quizá, utilizando una palabra de moda, tendrán que “reinventarse”, y
si no son despedidos, adaptarse a las exigencias del siguiente nuevo dueño del
país.